Los deportados de Trump: un guarapo picho sin sabor

José Javier Capera Figueroa

¡Ay, caramba! Resulta que el señor Trump, ese que confunde la Casa Blanca con un reality show, decidió mandarnos de vuelta 201 colombianos,
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Eso que se fueron por gusto porque por acá todo va de mal en peor, ya no me alcanza ni para tomar cerveza ni para comprar comida en el Carulla de la 69 con Jiménez. Pero ojo, que no son narcos como él piensa, son paisanos con buenas intenciones y otros con males, que fueron persiguiendo el sueño americano y encontraron una pesadilla más grande cuando se dieron cuenta que era más fácil quitarle el fanatismo a un petrista.

Y es que todo empezó como una telenovela mexicana: Trump quería mandar a nuestros compatriotas esposados, pensé con sus esposas peleando en inglés y el otro ignorando porque es más fácil decirle no entiendo y no quiero aprender. Lo peor fueron todos considerados delincuentes de película gringa y lástima que estaban armados como la dentadura de mi abuelo Vicente. Petro, que cuando se le sube el café a la cabeza se pone más bravo que un toro en San Fermín, dijo: "¡No señor! A mis colombianos me los trata con dignidad o no hay trato".

Trump, que tiene el ego más inflado que un globo en fiesta infantil, amenazó con aranceles del 25%. Petro, que no se queda atrás cuando de echar bravatas se trata, respondió: "¿Ah sí? Pues nosotros también". Como dos gallos de pelea, pero con corbata y Twitter.

Y ahí empezó el baile diplomático: que si te subo los aranceles, que si te los bajo, que si me mandas los aviones, que si no te los recibo. Un tira y afloja más enredado que las cuentas de un político en campaña.

Me da miedo que la próxima vez que vaya a San Diego y pida "Sell me a Mexican taco", Trump aparezca en la televisión diciendo que a los colombianos solo nos pueden vender bandeja paisa sin arroz y sin chicharrón (¡qué sacrilegio!). Y es que ya mis próximos viajes serán de Tijuana a Nuevo Laredo, porque si me acerco a El Paso, Texas, capaz terminó haciendo el paso... pero en las cárceles del gabacho.

Lo más chistoso (o trágico, según se mire) es que todo terminó como esas peleas de vecindario: mucho ruido y pocas nueces. La Casa Blanca dice que Colombia aceptó "todos los términos", el gobierno de Petro dice que "superaron el impasse". Como cuando dos borrachos se pelean y al día siguiente ninguno se acuerda por qué.

Mientras tanto, Carlos Gómez, uno de los deportados, cuenta que allá la comida estaba más dañada que la reputación de un político corrupto. "No sabíamos si era de día o de noche", dice, como si hubiera estado en un casino de Las Vegas, pero sin la diversión ni las fichas.

Y así, queridos lectores, mientras Trump y Petro juegan al gato y al ratón con la dignidad de 201 colombianos, yo me pregunto si la próxima vez que cruce la frontera tendré que llevar mi propia bandeja paisa, no sea que me deporten por pedir un taco al pastor con extra guacamole.

Como diría mi abuela: "Hijo, a veces es mejor quedarse en casa comiendo arepas que andar persiguiendo sueños americanos que terminan en pesadillas texanas".

Y mientras tanto, en algún lugar de Estados Unidos, Trump sigue confundiendo Colombia con Columbia, y nosotros seguimos confundiendo la diplomacia con un partido de fútbol donde nadie sabe quién ganó, pero todos terminamos perdiendo.

José Javier Capera

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