Ante la muerte de Alfonso Cano

Ablandada como se halla la conciencia del país por los miles de mensajes que a diario proclaman la muerte como solución al estado de sempiterna guerra en que hemos vivido en Colombia, no fueron pocos los colombianos que recibieron con regocijo la muerte de Alfonso Cano.

No importó de cúantos soldados humildes hubiera sido necesaria la ofrenda de sus vidas en la tarea de dar con el paradero del comandante guerrillero para que otros después lo bombardearan, ni que en tal acto estuviera implícita una pena de muerte que está prohibida en nuestra constitución.

Lo interesante es que está muerto, como muerta creen que también está -y en ello encuentran motivo para nuevos regocijos- la esperanza de que esta guerra, que por más de seis décadas le han declarado las oligarquías a nuestro pueblo, tenga un final negociado, como lo reclamaba el guerrillero asesinado.


Entre quienes más felicidad desbordan, y más loas le lanzan al Gobierno por lo que consideran un buen suceso, están los grandes empresarios de la industria militar, que son los que se lucran con el conflicto, y que, en sana lógica, serían los perjudicados con su fin.


En respuesta a ellos, que están fielmente secundados por los grandes medios de comunicación, los colombianos que nos consideramos libres de la presión mediática no podemos dejarnos neutralizar en la búsqueda de soluciones al problema de la guerra.


Al contrario, debemos sacudirnos y asumir como propias las conclusiones de tantos eventos en los que se ha invocado la necesidad de encontrarle al conflicto armado un fin soportado en soluciones a los graves problemas de techo, trabajo, salud, educación y tantos otros que, por no solucionarse, han hecho de Colombia uno de los países más atrasadas en equidad social, según lo dice el Pnud.


Con la muerte de uno más de sus más valiosos hombres, las Farc no van a entrar en desbandada, como lo suponen los voceros de la oligarquía. Antes por el contrario, ellas replantearán sus tácticas y estrategias, como lo hicieron cuando la muerte en tibia cama los dejó sin el histórico comandante Manuel Marulanda Vélez, o cuando otras bombas los privaron de Reyes y Jojoy.


A rey muerto, rey puesto, saben decir, y asumir sus consecuencias es cosa que siempre han hecho sin perder el horizonte. Es esta una realidad que deja al país en la perspectiva de seguir perdiendo a muchos de sus mejores hijos a ambos lados del conflicto, realidad a la que por cruel no podemos acostumbrarnos. Antes por el contrario, las tareas por la paz nos deben seguir comprometiendo y hacia ellas debemos orientar nuestros esfuerzos.

Credito
RODRIGO LÓPEZ OVIEDO

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