La verdadera inclusión

Con el encomiable propósito de visibilizar y recuperar para las mujeres el estatus social que en casi ninguna parte se les ha reconocido, se ha vuelto frecuente mencionarlas por separado de los hombres.

Así, por ejemplo, escuchamos que se presentan saludos “a las y los jóvenes” o se felicita a “las y los deportistas que salieron vencedoras y vencedores” en una justa deportiva. Tal tipo de expresiones son redundantes ya que incluyen dos veces a las supuestamente excluidas: primero, al mencionarlas expresamente (las jóvenes, las deportistas, las vencedoras) y, segundo, al utilizar un género, el masculino, que en plural las abarca cuando no se da a entender que se alude solamente a hombres.

Este error se origina en la falsa creencia de que sexo y género es lo mismo. En el mundo, muy pocas cosas tienen sexo; tan pocas que tal posesión solo es característica de los seres vivos, y sin embargo no de todos. El género, en cambio, le es inherente a casi todo lo existente. Esto hace que encontremos muchas cosas con género pero sin sexo: la ventana y la luna son de género femenino, pero no tienen sexo; el camión y el ruido son de género masculino, pero tampoco tienen sexo. Incluso la Real Academia Española señala que el género es inherente a los sustantivos y a algunos pronombres, no a las cosas.


Tal vez sea el movimiento feminista uno de los mayores causantes de este dislate lingüístico. Las feministas suelen quejarse de que nuestro idioma presenta vicios de exclusión que afectan a las mujeres. Para rebatir tal argumento, podemos afirmar que, muy por el contrario, nuestro idioma ha sido generoso con ellas al entregarles un género para su uso exclusivo, mientras que al hombre lo hizo presunto dueño de otro que solo puede utilizar con exclusividad en número singular, pues, cuando adquiere pluralidad, lo debe compartir con la mujer, su querida compañera de tránsito por esta vida.


A quienes demandan el uso separado de ambos géneros, tanto para evitar que las mujeres sean invisibilizadas como para reclamar su mayor inclusión, hay que decirles que la mejor forma de lograrlo no está en convertir nuestro bello idioma en un galimatías carente de fluidez y de esplendor. Tan nobles propósitos solo pueden alcanzarse mediante la mayor vinculación de las mujeres a las luchas contra el establecimiento, este sí verdadero culpable de esos fenómenos. Cuando a la mujer se le garanticen sus derechos en pie de igualdad con el hombre, podrá decir que esa inclusión está dada; pero ello solo será el producto de grandes transformaciones sociales, las cuales son inconcebibles sin la participación de ella.

Credito
RODRIGO LÓPEZ OVIEDO

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