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En un período de tiempo en el que los antiguos Celtas llamaban Alban Heruin el instante en el que el “astro rey” más dura en el cielo mostrando todo su poderío a los hombres y cuando igual empieza a decrecer el Solsticio de Invierno, fiestas que se suceden sin que se analice ampliamente “su contenido” a fin de diseñarles de una vez y para siempre el esquema de organización que debe dárseles, para evitar que, antes que motivo de improvisación, se constituyan en factor de encuentro con el verdadero acervo cultural nativo y en el espacio propicio para el enriquecimiento espiritual de nuestras gentes y de quienes nos visitan.
Dejando atrás las cincuenta oportunidades en que se han realizado, -salvo alguna ocasional interrupción-, sin advertir el tremendo valor social que ellas pueden llegar a alcanzar en tanto en cuanto espontánea manifestación de una comunidad que definitivamente tiene cierta y definida su vocación por la música y las artes como idóneos medios de expresión de sus estados de alma y que además los usa como pretexto para esquivar el pesimismo que traen consigo el desempleo, la pobreza y el prolongado conflicto que nos asolan.
Poniendo en evidencia la importancia de tales fiestas y su permanencia en el tiempo, pero advirtiendo que ante la degradación que hoy han sufrido dadas su pobreza conceptual y la elementalidad e intrascendencia de su actual contenido temático, ha llegado la hora de que nos interesemos por su mejoramiento futuro.
Demandando con urgencia su superación, para lo cual se requiere vincular a ellas a los conocedores del verdadero patrimonio cultural de nuestra región, para ver de organizar en forma paralela a "la pura rumba", concursos de composición, interpretación e investigación de los diversos géneros musicales; coros, teatro, literatura, seminarios, foros y charlas sobre cuentería e historia vernácula; costumbres, mitos, creencias y tradiciones; cursos de cocina criolla, y talleres de elaboración de utensilios, instrumentos, materiales y vestuario, así como su exhibición, a la manera de eventos regionales e internacionales que así se diseñan para afirmar la identidad de la región que los realiza.
Y obviamente convocando a sus artistas y artesanos, dotándolos de recursos y asistirlos de instructores y diseñadores para producir escenarios, trajes y carrozas con temas distintos de los manidos y faltos de imaginación de las mariposas y florecitas de papel cristal o la chagra campesina tratada de manera precaria y descuidada, y a las matas de plátano y guadua diseminadas por doquier en contravía de la estética y el buen gusto.
En actitud vigilante para que los participantes, lo hagan con respeto por las tradiciones, con las que poco o nada tienen que ver los matachines del pasados festivales cubiertos con paupérrimos y deshilachados retazos, algunos disfrazados con máscaras de animales sin vínculo alguno con nuestro entorno, alternando con indias de minifalda y ornadas por brillantes lentejuelas, acompañadas de "campesinos" de bluyines, sombrero de paño o cachucha y un pañuelo rojo distinto y distante de nuestro variopinto "rabo´e gallo", todo amenizado por disonante música.
Con medidas de prevención adoptadas oportunamente para evitar los numerosos casos de violencia, propios de nuestra convulsionada y empobrecida sociedad, asistidos por un verdadero deseo de afianzar valores y tradiciones y no por el único propósito de vender aguardiente para poder nutrir las siempre escanciadas arcas oficiales.
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