La cultura del alcohol

Manuel José Álvarez Didyme

Ante las varias riñas, lesiones y muertes recientemente sucedidas durante las festividades folclóricas, causadas por conductores y ciudadanos embriagados, vuelve a emerger en la opinión el ingenuo y simplista “remedio santanderista”, ya tradicional entre nosotros, de creer que para dar solución a los problemas sociales que nos afectan, independiente de su complejidad, basta la expedición de una norma, en este caso una que reduzca las garantías que el ordenamiento penal ha consagrado para los causantes del daño a título culposo y endurezca la pena a imponerle a sus autores.
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Y colectivamente, “...todos a una...” y acicateados por los medios, la opinión se aplica de manera vehemente a pedirle al legislador, la creación de un nuevo tipo penal que disponga el encarcelamiento sin alternativas de quien incurra en tal conducta y que lleve aparejada, ojalá además, la retención de vehículos y abultadas sanciones de tipo pecuniario.


Entretanto la verdadera causa del problema en el país, que es la llamada “cultura del alcohol” y que permea a todos los sectores de la población y a casi todos nos involucra, continúa tolerada socialmente y prohijada por el propio Estado, incólume al margen de la discusión, y la comunidad continua inmersa en ella como si ésta no fuera la real causante del problema.


Sin percatarse que el consumo de alcohol nos acompaña en la alegría y el dolor de las más variadas formas y circunstancias en tanto en cuanto con él celebramos por igual, nacimientos, bautizos, primeras comuniones, cumpleaños y matrimonios, éxitos negociales, profesionales o deportivos, y de idéntica manera con él mitigamos las penas y paliamos los fracasos, y hasta con
él presidimos los más variados certámenes.


Para luego tener que dolernos de que se presenten problemas en el ámbito laboral como el incremento de los accidentes de trabajo, el absentismo o los retrasos frecuentes a los sitios de labor, o el bajo desempeño en las tareas rutinarias, traducido en lentitud, torpeza y escaza eficiencia; o se afecte la salud pública con problemas tales como el envejecimiento prematuro, la baja concentración, enfermedades digestivas, hipertensión y otras de diversa índole; hasta producir dificultades y problemas en el orden personal y familiar, como el deterioro o la alteración de las relaciones de amistad o parentales, el incremento de la conflictividad y los índices de delincuencia, como las muertes y las lesiones personales culposas causadas en pendencias y/o accidentes de tránsito que constituyen el centro de estas cogitaciones.


En síntesis una “cultura socialmente nociva”, paradójicamente patrocinada por un “Estado cantinero”, que deriva gran parte de sus rentas del consumo de las bebidas embriagantes, como el aguardiente o los rones que producen las fábricas departamentales, o el pago de los impuestos que realizan los productores de la cerveza y los importadores o fabricantes de otro tipo de licores.


“Trago” que impúdicamente publicita y distribuye el mismo Estado, para luego aparecer “farisaicamente” lamentándose al tener que afrontar con los mismos recursos que gracias al excesivo consumo le ingresaron, las dañosas consecuencias de la incontrolada ingesta por sus ciudadanos, en un círculo vicioso y si se quiere torpe como el que más, prueba irrefutable de las contradicciones de nuestro sistema y de una dirigencia, incapaz de sustituir estos “indeseables” ingresos de forma racional, impidiendo de paso las nefandas secuelas de esta cultura.

Manuel José Álvarez Didyme-dôme

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