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Y es que son tantas y tan descarnadas las imágenes con las que los medios nos están mostrando las protestas de los últimos días escenificadas en las calles de las principales ciudades de la vecina república y las opiniones captadas en vivo y en directo de sus protagonistas, que no sabemos hacia donde van a conducir estas, ni que pensar realmente al respecto.
Porque en ellas se ve un millonario concierto de opositores de la más diversas condiciones, manifestando con vehemencia ya cercana a la violencia, su disposición de derrocar el gobierno de Maduro, hastiados con él y su populista prédica, evidencia de una acentuada fatiga colectiva provocada por su corrupto proceder y el de sus validos y los desaciertos con los que han conducido la economía del colindante país hasta la contradictoria situación de una inexorable crisis en medio de la abundancia petrolera, y respaldados por una fuerza pública que dice defender “una revolución” y predica su favorecimiento a las clases populares y el desprecio por los intereses de “la oligarquía”, que en cualquier momento puede pasar a un generalizado estado de confrontación.
Confusión y caos presagiados junto al derramamiento de sangre mismos con los que el dictador amenazó en vísperas del 28 de julio, incrementados por la persecución a toda expresión disidente y de libertad de opinión, al punto de expulsar del país a los testigos electorales no simpatizantes con su régimen, así como por la convocatoria a los empleados públicos bajo amenaza de despido a concurrir a las manifestaciones de “su líder” y a expresar su apoyo “al neo imperio bolivariano y tropical”.
Lo cierto es que en Venezuela la violencia se advierte de hace algún tiempo por cuenta del desabastecimiento alimentario generado por un absurdo y anacrónico socialismo de Estado que insiste en seguirle fijando precios de sustentación a los bienes de consumo por debajo de su coste; por la pérdida de productividad de sus empresas debida al desestímulo a la inversión, y a la salida precipitada de muchos capitales bien nacionales, bien foráneos, ante las amenazas de expropiación, circunstancias que unida a la retórica de odio al opositor, ha venido a consolidar el hartazgo con un proyecto de sociedad, que se había creído viable y sólidamente soportado en la opinión, pero que hoy tambalea y se debe la ruinosa como la que más.
Una tozuda realidad que evidencia la ausencia de norte heredada de un torpe y confuso chavismo adelantada en medio de un injusto sectarismo e ignorante dogmatismo de su dirigencia, todo aunado a unas acentuadas corrupción y mala fe.
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