Para entender qué sucede en España hay que mirar Turquía y remontarse al final del Imperio Otomano, en 1922. Este imperio duró más de 800 años y tuvo presencia en tres continentes (Asia, Europa y África), una de sus principales características haber sido multiétnico y multireligioso. Su disolución coincidió con el surgimiento de la idea del estado-nación. Y proyectó la falsa idea de que el fin inevitable de toda nación es ser Estado. He ahí una de las claves del problema.
España, por su parte, uno de los Estados más antiguos de Europa, fue producto de una unión dinástica: la de los reinos de Castilla y Aragón. Su primer rey en llamarse “de España”, fue el emperador Carlos V de Alemania, quien adicionó su título con la expresión “… y I de España”. Un habilidoso monarca que gracias a una política de alianzas matrimoniales extendió su poder por toda Europa, cuyo ejemplo seguiría su hijo, Felipe II. Juntos lograron crear el primer imperio global de la historia, en sus dominios nunca se ocultaba el sol, pues iba desde América hasta Filipinas. España, entonces, no se construyó sobre el concepto de nación, idea moderna acuñada por los franceses, que terminó imponiéndose en el mundo. Cataluña, por su parte, está a mitad de camino entre Castilla y Francia, dos reinos que se odiaron a muerte. Francisco y Carlos V de Alemania y I de España guerrearon hasta el final de sus días, a pesar de vínculos familiares. Los epicentros de esas guerras fueron el Rosellón y la Cerdaña.
La España contemporánea, a partir de 1978 después de salir de la dictadura de Franco, se constituyó como una nación (art. 2º), abrazó la soberanía nacional, aunque reconoció el “derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran”, pacto que suscribieron voluntariamente los catalanes, quienes en las recientes dos décadas reivindican ser una nación. Con derecho a tener un Estado propio, aparte del resto del Estado español. De alguna manera una excentricidad, sobre todo si se tiene en cuenta que hacen parte de la Unión Europea y que Cataluña es la región más autónoma de Europa. De alguna manera, hacer de Cataluña un Estado soberano e independiente es un capricho, bien podrían diseñar una fórmula en la que se sintieran cómodos dentro del Estado español. Como lo es también un capricho castellano no reconocer que una amplia parte de la población catalana se reconoce como una nación.
En mi sentir, con infinito respeto por el país que más quiero después de Colombia, a España le pasa lo mismo que a la gente que se cansa de vivir bueno y cuando no tiene problemas se los inventa. España es uno de los mejores vivideros de Europa, extraordinariamente rico en historia, cultura y buena vida. Duele que políticos incompetentes no encuentren cómo salir de este agujero negro en que se metieron. Por lo que en realidad hay que luchar es por la gente, no por los aparatos políticos. Cataluña puede ser una nación y ello no la obliga a separarse. Sin Cataluña España sería Expaña.
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