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Todos estos mandatarios fueron derrocados por las castas oligárquicas de sus respectivos países y algunos, incluso, asesinados con el apoyo de Estados Unidos. Con semejantes crímenes se pretendió ponerles fin a las reformas al régimen antidemocrático y de privilegios existente en los países de estos gobernantes. Iguales acciones quisieron ejecutar también, aunque sin éxito, contra Fidel Castro, Evo Morales, Lula da Silva, Cristina Fernández y Rafael Correa, y lo vienen intentando contra Gustavo Petro, aunque todo parece indicar que los tiempos ya no les dan para lograrlo ni el petrismo lo permitirá.
La oposición venezolana siempre ha buscado volver a los privilegios que perdió con Chávez y no ha podido recuperar con Maduro. Para ello, ha hecho todo lo que ha querido, incluso llegar a formas más propias del bandidaje político que de una oposición democrática: ha desabastecido el mercado nacional, saboteado la prestación de servicios públicos, promocionado guarimbas y actos terroristas, utilizado la calumnia contra los líderes del proceso, instado a las tropas a la insubordinación, etcétera. El imperialismo, por su parte, ha entrado en ese juego prooligárquico imponiéndole al gobierno limitaciones a su comercio exterior; confiscándole divisas, activos petroleros y otros bienes; promoviendo el cierre del sistema monetario internacional, estableciendo medidas coercitivas contra el país y sus gobernantes, amenazando con una invasión militar y, en general, acentuando el bloqueo a su desarrollo económico. Lo peor es que todo ocurre tras el requerimiento y beneplácito de la propia oposición apátrida.
Pese a que todo lo anterior ha sido causa de que no puedan resolverse plenamente los problemas de la población, la parte afín al proceso no han abandonado las esperanzas de cambio sembradas por Chávez ni las abandonará con Maduro, y menos ahora que comienzan a percibirse síntomas de recuperación. Así lo han venido demostrando en las urnas y en las calles, sin importar que los grandes medios continúen en su principal tarea, la de mentir, mentir y mentir, hasta convertir en verdad su inmensa farsa acerca del “dictador” Maduro y de su “oprobioso régimen”.
En síntesis, lo que se da en Venezuela es una aguda confrontación entre dos modelos: el de las élites, basado en el sostenimiento y desarrollo de sus inmensos privilegios, y el de la izquierda, que pugna por construir un país más humano y con menos desigualdades. De esa confrontación, manifestación explícita de la agudización de su lucha de clases, saldrá vencedor el pueblo de Bolívar. Estamos seguros.
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