Humillante y desolador debate en el congreso de la República frente a un país inerme, mientras la violencia se extiende con todos sus horrores como una colcha putrefacta por la devastada realidad de nuestra patria.
Siento como si no tuviera país y mi camino fuera una trocha sin norte.
Tengo derecho a gritar: ¡no más guerrilla, no más paramilitares, no más bacrim, no más ladrones de cuello blanco, no más hipocresía, no más políticos corruptos!
Tengo derecho a vivir en un lugar donde exista el progreso y la tolerancia, donde convivan gentes productivas y haya oportunidades para todos.
Aún tengo derecho a la utopía.
También tengo derecho a la belleza. Que no me inunden los ojos de descuartizados y sangrantes, de rostros llenos de odio ni de manos engatilladas prestas al disparo, de delincuentes y asesinos etiquetados como héroes.
No amo la belleza del horror, sencillamente.
Tengo derecho a que no repitan la cadena de masacres con que ingresamos a la era de la luz y de la inteligencia. No más cultura de asesinos y traquetos, de cuerpos desnudos para vender productos, de culto a la venganza.
¿Dónde está la era de la luz tan anunciada si el horizonte está plagado de caníbales y de hambrientos de riqueza? ¿Dónde está la inteligencia?
Me niego a aceptar la hipocresía. Que no me engañe mi compañero de labores ni mucho menos el que dice dirigir nuestro destino ciudadano. Que no me traicione la mano subalterna ni la amiga con quien cargué tantos sueños, derrotas y dudas compartidas.
Detesto las trapisondas de funcionarios oficiales, la sonrisa fingida del vendedor de artilugios, el decálogo de promesas incumplidas de los politiqueros de turno, ansiosos de copar sus arcas con lo legal, lo ilegal, lo turbio, lo poco conocido.
Tengo derecho a exigir honestidad de quienes viven de mi trabajo y mis contribuciones al Estado.
Me niego a ser borrego, receptáculo de consignas y amamantador de corruptos, como si mi fidelidad a mis ideas fuera más lección de indiferencia que convicción por un futuro posible, sin artilugios ni mentiras.
Tengo derecho a que las leyes sean justas y equitativas, sin exenciones oprobiosas que sólo impulsan la evasión, las componendas subterráneas y los acuerdos sin rostro.
Detesto la humillación de los pudientes, de los que poseen tierras y medios de producción, porque con su arrogancia son culpables de la barbarie, de los ejércitos de indigentes que recorren los caminos de la patria y redundan en violencia.
Tengo derecho a la paciencia, a que soporten mis afanes, mis limitaciones, sin que estigmaticen mis manos ni mi rostro.
A que orienten mis errores para que pueda corregirlos.
Tengo derecho a vivir tranquilo, como si existiera la felicidad.
Tengo derecho…
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