Desquiciados

¿Qué placer puede sentir alguien al torturar y matar a un pequeño, luego de quitarle lo más preciado, como lo es su inocencia y ternura? Sin duda, un desquiciado.

En Colombia, cada nueve horas un menor de edad muere por cuenta de maltrato intrafamiliar, y cada dos es abusado sexualmente; y aunque el tema sea desgarrador y repudiable desde todo punto de vista, para algunos, aquellos crímenes dolorosos y que generan una inmensa rabia, se volvieron una costumbre y una constante que pareciera no tener Dios, ni ley.

Casos como el de Yuliana Samboni, el de la pequeña Sarita, y otros tantos que quizás no tienen eco en los medios de comunicación, se presentan a diario, sin que existan leyes que los sancionen con todo el rigor del asunto, y aquello ha permitido una “normalización” del delito. A diferencia de otros países, a Colombia le ha quedado grande castigar tanto a quienes asesinan a las mujeres por cuenta del “amor” en los mal llamados crímenes pasionales, y a los abusadores y violadores de niños, y además de ello, el Estado, y en nuestro caso, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, se han quedado cortos en defender y cuidar a los pequeños indefensos. Cientos de casos de madres sustitutas del Icbf, sus parejas, e incluso contratistas y funcionarios del mismo, han aportado a aquellos problemas. Es decir, aquí a quienes se les paga para que defiendan los niños, en muchas ocasiones también terminan siendo sus verdugos.

Los recientes casos presentados y casi que, en simultánea, con una pequeña de dos años en Soacha, la cual el padrastro asesinó porque no paraba de llorar, así como el horrible y espeluznante abuso de otra menor en Bogotá, quien en este momento se debate entre la vida y la muerte por cuenta de múltiples vejámenes, a los que fue sometida sin saber por quién; exigen una pronta solución, más allá de los plantones, las marchas, los comunicados de rigor, rechazando y lamentando lo sucedido. Como sociedad no podemos seguir acostumbrándonos a que cosas como esas pasen, sin que se haga algo.

Hoy solo podemos pensar que quien se vale de la inocencia y debilidad de un niño, no es más que un enfermo, y de alguien a quien la cabeza y el corazón, ya no dimensionan entre el bien o el mal. ¿Qué placer puede sentir alguien al torturar y matar a un pequeño, luego de quitarle lo más preciado, como lo es su inocencia y ternura? Sin duda, un desquiciado.

Mano dura contra el maltratador, contra el violador y contra el asesino, es lo que necesitamos en Colombia, y con ello, no solo acabaríamos con esos flagelos, sino que, de esa forma, las cárceles se irían quedando vacías, en un país que tiene su sistema penitenciario colapsado y permeado por la corrupción a través de guardias y demás.

Si el Icbf, entidad que fue concebida y creada como su nombre lo indica, para generar bienestar a los niños maltratados y abandonados, no cumple a cabalidad con ello, sino que contribuye de manera indirecta a que ese flagelo crezca, entonces deberían reformularlo.

REDACCIÓN EDITORIAL

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