La necesaria protección del bosque de palma de cera en Toche

En el corregimiento de Toche, en jurisdicción de Ibagué, se encuentra el bosque de palma de cera más grande del Colombia, con cerca de 600.000 individuos.

Esta fue una zona terriblemente azotada por el conflicto armado y en los últimos años ha sido “descubierta” por turistas colombianos y extranjeros que llegan en busca de hermosos paisajes, observar aves y descansar en medio de la naturaleza.

Como este territorio es un santuario de fauna y flora es necesaria su preservación. Recordemos que la palma de cera está protegida desde 1985, cuando se expidió la Ley 61, que la declara como árbol nacional y símbolo patrio, y su tala está prohibida so pena de multa o arresto. Además, se promueve su preservación en su hábitat natural. Este no solo es un ecosistema valioso por albergar el árbol nacional, sino que también es imprescindible para el cuidado de las fuentes de agua.

Ahora, la Alcaldía anuncia que procurará mantener el lugar como una reserva natural, con el fin de que el turismo que se desarrolle sea sostenible; es decir, que no cause un impacto perjudicial en el medio ambiente, en cuanto a construcciones, manejo de residuos y tala de árboles; así mismo, que el objetivo de los visitantes solo sea la observación y la contemplación de la naturaleza, y que los excursionistas sean respetuosos de las costumbres y tradiciones locales.

            Las universidades Uniminuto y del Tolima se han sumado a esta iniciativa, y ya han efectuado algunas tareas como la caracterización de la población y la realización de talleres de turismo sostenible con los habitantes.

            Desde el “redescubrimiento” de Toche la presencia de turistas ha ido en aumento; por eso es necesario que se lleven a cabo programas que impidan la destrucción de este santuario natural. Es preciso que las normas sobre conservación y respeto con el medio ambiente se hagan cumplir, antes de que el proceso de deterioro sea irreversible, como sucedió en el cañón del Combeima.

            Por eso es importante una labor pedagógica constante, para evitar a toda costa el turismo depredador: prohibir que los visitantes dañen las plantas, pongan música estridente, y hagan fogatas, y concienciar a los lugareños para que protejan la reserva; además, se debe impedir la instalación de negocios que destruyan el ecosistema. Aún es tiempo de cuidar el bosque del que nos sentimos tan orgullosos.

 

 

           

EL NUEVO DÍA

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