No es posible continuar con diálogos entre actos de terror y muerte, burlando la buena fe del gobierno. Mantener negociaciones con el Eln bajo estas circunstancias, es aceptar su perversa conducta.
El reciente ataque con explosivos perpetrado por el Eln en Puerto Jordán, Arauca, deja en claro una vez más la hipocresía y la incoherencia de esta guerrilla respecto a los procesos de paz, pues mientras que públicamente se muestran dispuestos a sentarse a negociar con distintos gobiernos, sus acciones demuestran su absoluta falta de voluntad para alcanzar un acuerdo que ponga fin al conflicto armado en Colombia.
Este atentado, que causó la muerte de dos militares y dejó heridos a 25 más, es una prueba más de que el Eln prioriza la violencia sobre la paz. El uso de tatucos contra una base militar en medio de un cese al fuego muchas veces burlado, refleja un patrón de engaños y sabotajes por parte de este grupo cuyo recorrido histórico muestra su estrategia de prolongar diálogos sin llegar a acuerdos definitivos, como una táctica deshonesta para obtener beneficios momentáneos, sin intención genuina de poner fin al conflicto.
El presidente Gustavo Petro, al anunciar el levantamiento de la mesa de negociación tras este ataque, ha dado un paso necesario, pues no es posible continuar con diálogos en medio de actos de terror y muerte, burlando la buena fe del gobierno. Mantener negociaciones con el Eln bajo estas circunstancias, es aceptar su perversa conducta de responder con ataques cobardes a la mano tendida del Estado.
Los diálogos con el Eln han estado marcados por una constante ambigüedad, pues si bien se levantaron órdenes de captura y se dieron condiciones para facilitar las negociaciones, esta guerrilla ha saboteado de muchas formas el diálogo y parece fijarse más en la perpetuación de un conflicto que les ha permitido mantenerse en los territorios y en la economía ilícita, entre otras cosas utilizando el discurso de la paz para fortalecer sus posiciones militares.
Con seguridad, reanudar combates con el Eln trae consecuencias graves para la población civil en las zonas donde operan, como Arauca, el Catatumbo y otras áreas de influencia de este grupo, sin embargo, también es claro que continuar dialogando bajo la amenaza constante de ataques no tiene sentido, pues no se puede legitimar una mesa de negociaciones cuando el otro lado demuestra, con sangre, que no está dispuesto a respetar los principios básicos del cese de hostilidades.
El camino que se abre ahora es complejo. El gobierno deberá definir una estrategia que permita proteger a la población civil y, al mismo tiempo, neutralizar la capacidad militar del Eln, lo que obliga a revisar profundamente las dinámicas del conflicto y ajustar las estrategias del Estado frente a un grupo que ha demostrado, por décadas, que no tiene la más mínima intención de llegar a la paz.
En este escenario, las fuerzas armadas y el gobierno deberán actuar con contundencia, pero también con inteligencia, para no caer en las trampas que el Eln ha tendido a lo largo de la historia. La paz es el anhelo de los colombianos, pero esta solo será alcanzable cuando todos los actores se comprometan de manera sincera y sin ambigüedades.
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