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Dicha corriente descree de los valores democráticos. Peor aún, busca socavarlos. El núcleo duro de su mensaje está dirigido a estimular en el electorado las emociones primarias, no la racionalización de las complejidades del mundo contemporáneo. Su discurso busca despertar miedo, aversión, ira, alegría o tristeza. Necesita tener enemigos a quienes culpar, de allí su ataque permanente a los inmigrantes y más recientemente a China, devenido en el principal competidor global de Estados Unidos. Si los enemigos no existen, se inventan. La mentira y la calumnia son las armas favoritas. Trump no vaciló en tildar de comunista a Baiden. Entiende la política como un espectáculo, un ‘reality show’ que sirve para que las masas de excluidos y venidos a menos por la globalización económica (particularmente blancos) hagan catarsis odiando a los presuntos culpables. Además de autócrata, Trump es demagogo. Hace promesas falsas, pero populares. Las elecciones contra Hillary Clinton las ganó, en parte, porque les prometió a los desempleados de Wisconsin, Michigan y Pensilvania que las fábricas regresarían y tendrían empleo. No pudo cumplir, y acaban de pasarle la cuenta de cobro.
Esta visión y manera de entender y de hacer la política es muy taquillera en esta época, en la cual la ciudadanía vive agobiada por flujos informativos muchos de ellos falsos, que no alcanza a digerir. De allí el éxito de los famosos ‘memes’ y de Twitter, el mensaje se híper simplifica y así puede entrar en la mente de la masa. Hitler se hizo con el poder culpando a los judíos de todos los males, y vendiéndoles a los alemanes la ilusión de ser la ‘raza superior’. Propuestas simples para problemas complejos. El fascismo detesta la democracia representativa y sus instituciones, tiene predilección por el entendimiento directo entre el caudillo y el pueblo. Detesta también los controles democráticos y los medios de comunicación. Quien le critica es enemigo, y a los enemigos hay que aniquilarlos.
Biden no lo tendrá fácil. Como no lo tuvo fácil Obama. El control del senado y del Tribunal Supremo por parte de los republicanos serán la garantía de que no pueda cambiar nada. Tendrá en contra las desafiantes y peligrosas milicias dispuestas al atentado aleve, como pudimos verlo esta semana. A Colombia le irá mejor con Baiden de lo que le fue con Trump, que sólo asomó el hocico por estos lados para exigir fumigaciones y criticar el acuerdo de paz que Obama y Biden contribuyeron a sacar adelante. Trump ha perdido una batalla, pero la semilla del fascismo ha quedado abonada por todo el planeta, y esa es su victoria. Ojalá que el partido Republicano se sacuda de la enjalma autoritaria colocada por el candidato perdedor, pues el mundo necesita recuperar la cordura. Se confirma: soplan vientos de cambio.
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