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Opino que la inmerecida decadencia que nos agobia estriba en que los tolimenses perdimos, o nunca tuvimos, genuina pasión por un Tolima desarrollado y moderno y, por esa debilidad, la prioridad política nunca fue acordar el qué hacer para forjar un Tolima para los tolimenses y, por ello, en todo ámbito de la tolimensidad solo admitimos, como única y legítima política, esa arcaica urdimbre de clanes, gamonales, narcisismos y codicias, tan parecida o peor que la sufrida en el medioevo. Por esta razón, el mediocre remedo político vigente puede ocultar sus protervos fines prometiendo solucionar los problemas sin enfrentar sus causas, una gran mentira que arruina al Tolima porque nos impide entender que tantos males y carencias son efectos de un defecto histórico-estructural y claro, así continuaremos mientras no surja una opción política tolimensista cohesionada y henchida de grandes ideales, ideas y objetivos.
¿Qué hubiese pasado si los ganadores fueran los hoy perdedores? Creo que nada, pues unos y otros estaban hermanados por esa anacrónica y pequeña “racionalidad política” y su única diferencia era moralista o el inocuo pugilato maniqueísta entre impúdicos y honestos, pues, al no existir bases ideológicas (como lo sería el regionalismo), el moralismo es la única tesis que puede esgrimir él ni siquiera disimulado narcisismo o, como indicara en otras ocasiones, el embrión de gamonal presto a eclosionar. Esto podría comprobarse al observar cómo los ganadores ya no saludarán y los perdedores se esfumarán hasta pocos meses antes de las elecciones del 2027, pues, aunque los ganadores usufructuarán el poder, los perdedores no entenderán que solo unidos por ideas (de ello luego hablaré) y debidamente organizados, podrán realizar un continuado proceso político para trasformar al Tolima.
El genuino líder debe entender que la corrupción es inmanente a la decadencia moral de la sociedad que, a su vez, incuba pobreza, exclusión y falta oportunidades y que, por tanto, las soluciones empiezan en aquella pasión por el desarrollo y la modernidad. Por ello, el triunfo político debe ser de las ideas más que de las personas, pues la verdadera política no debe ser espacio hecho a la medida de personajes megalómanos sino de toda la sociedad.
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