De buena persona a excelente político

Alberto Bejarano Ávila

No victimizaré con prejuicios a quien empieza a ejercer la política en el Tolima y no aludiré peyorativamente a quien de vieja data la ejerce. Al respecto ya existes suficientes criterios de opinión y mal haría en atizar hogueras de inquisición política o batir incienso falso, pero sí digo que, desde mi experiencia y mis ideas sobre política y desarrollo, jamás conocí a un político ideológicamente solvente y orgánicamente sintonizado con un prospecto histórico del Tolima y por ello las únicas virtudes destacables que he hallado en el buen político son su decencia y su rectitud y esos de por sí ya son méritos loables que me animan a utilizar la licencia que los años le otorgan al “adulto mayor” para dar consejos que sé nadie oirá.

Al político decente y honesto, neófito o “canchero”, a quien de hecho confiamos el destino del terruño, incluidos nuestros proyectos personales de vida y especialmente el futuro de nuestra descendencia, le recuerdo que el Maestro Echandía, allá al final de los 40 del siglo XX, planteó su icónica frase, “¿el poder para qué?”, una lúcida invitación a pensar tan crucial asunto que la vieja política siempre eludió y desde luego no correspondió con testimonios de entrega y sapiencia en el actuar político y, por ello, siempre hemos ido de mal a peor.

Por la anterior razón aconsejo a aquel buen político reconocer que el único objetivo válido del poder es el de cambiar la inicua realidad construida a lo largo de la historia, ya que en sí mismo ese reconocimiento enseña que toda conducta política que coadyuve a empeorar el caos es espuria y hace miserable la función del poder y también enseña que así como al más modesto administrador se le exigen resultados, con mayor razón al político debe exigírsele rectitud, entrega, ideas y resultados medibles en la transformación de la realidad.

Le aconsejo además “no comer cuento” de importancias y sabidurías per se, porque si bien ser reconocido es anhelo válido de toda persona, la mera candidatura o ser elegido, a nadie hace sobresaliente o sabio, pues el reconocimiento que realmente enaltece a alguien surge como efecto de la pertinente y eficaz tarea cumplida y, la legítima sabiduría, solo es atributo de quien respeta el poder transformador del saber y la voluntad colectiva y por ende actúa como líder (no cacique o Mesías) para convocar al diálogo y la cohesión por causas nobles.

Disculpándome por mi impertinencia, finalmente aconsejo a aquel buen político no caer en naderías, tretas o mentiras, pues lo que está llevando a la sociedad al escepticismo extremo es oír, en época electoral, tanta promesa de desarrollo y bienestar sin mínima sustentación, tanto meneo electorero y tanta jactancia insulsa y cómica, defectos que sumados, de hecho hacen del discurso político una arenga ampulosa y majadera y no una argumentación que motive el diálogo pluralista e inteligente sobre los caminos de futuro para el Tolima.

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