La crisis civilizatoria de esta época no tiene reversa, ya no se logra apreciar en los ojos del otro porque ahora se vive en carne propia, la falta de empleo, la pobreza estructural, la violencia, la concentración del poder, el abaratamiento de la vida y la pérdida de la dignidad sobre la naturaleza es cada vez más profunda.
Estos fenómenos han sido conceptualizados como un momento de liquidez y un espacio efímero dentro del imaginario social, ya pensar en valores, principios no tiene sentido - la corrupción está inmersa en lo público, las prácticas sociales están mediadas por el interés de utilizar y aprovechar a ese otro son ámbitos de enunciación que logran relacionar el vacío social de esta sociedad, resultado de la indeterminación del sujeto, ya no existen sujetos que se autorreconozcan porque su dignidad como ser humano está una vez más fraguada (pisoteada).
La miseria de la política colombiana es de largo trayecto, en la época de la violencia los grupos políticos de aquel entonces godos, chulavitas y pájaros no tenían mayor salida que matarse para banalizar el deseo de poder y contribuir a las lógicas de los grupos gamonales, hacendatarios y oligarcas de este pobre “Estado sin Nación”. Unos corrían por buscar la salvación y otro por imponer la maldad, los jóvenes de aquella época no tuvieron ni un minuto de tranquilidad (paz) para dialogar, construir, conocer e intentar desarrollarse.
Ya bien lo describía William Ospina en su libro la Franja Amarilla, el tinte por comprender la violencia no tiene todavía un eco de correspondencia, ahora diría no es una franja amarilla, sino un momento de incertidumbre, acá sólo prevalece la lógica de la pobreza mental, de la sucursalera política y sobre todo de indignación del pobre, violado y desposeído, pero a su vez la conformidad de hacer su vida un simple momento de placer y dolor marcado por los golpes y necesidades del capitalismo.
Las organizaciones políticas, los poderes públicos y las instituciones son un espacio latente de corrupción y clientelismo político, ahora el temor no reside en preguntar, cuestionar sino en saber que serán objetos de burla e instrumentos para desvirtuar la razón de ser de estos centros de micro- poder.
Es así que, la miseria de la política colombiana es un reflejo del estallido de los vagabundos, del sinsabor de los oprimidos y de la voz del drogadicto, alcohólico, prostituta, exiliada, desposeído, arrancado y lo más cruel utilizado, hasta donde puede un Estado hacer de su sociedad un experimento social tan cruel y fetichista como lo es la política tradicional y las lógicas de poder al interior de la racionalidad politiquera en Colombia.
En Colombia ser campesino, minero (tradicional), obrero es una muestra de la necesidad por la búsqueda de un buen vivir que simboliza ser feliz, ser digno y ser crítico de su propia condición, una clara forma de comprender la miseria del poder es llegar al punto de asimilar el dolor de un sujeto en búsqueda de su proyecto, tal como resulta ser los inmigrantes, ilegales y oprimidos de esta nación.
En últimas, basta con mirar hacia atrás y darse cuenta de la longevidad que ha tenido la mentalidad colombiana y de la crisis que viven las comunidades, en un Estado que refleja la mísera política, el empobrecimiento estructural y la necesidad por construir un mundo “distinto, diferente y justo ante los ojos de la pobreza humana”.
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