La historia de los hacedores de la maldita violencia, es la huella que cargan las generaciones que han nacido y vivido en siglo XX colombiano. La disputa memorial por la tierra y la imposición del poder político por parte de los grupos tradicionales, gamonales y caciques en las regiones, representa la travesía del macondo condenado a las mil formas de exclusión, sangre y miseria que sufren los sectores más oprimidos desde el Caribe que respiran las fiestas del mar hasta el pulmón amazónico sometido al extractivismo minero.
La firma del acuerdo de paz del gobierno de Santos con un sector de la guerrilla de las Farc- Ep, ha sido considerado por los analistas/investigadores de la paz, los conflictos y las violencias como el mayor hito del siglo XXI de la historia oficial del país. Aunque, con el paso del tiempo, no se ha podido evidenciar un avance notorio, debido a la falta de voluntad política e in-gobernabilidad del “presidente” Duque, el cual muestra el peor rostro de las élites criollas que no ven más allá de la calle 80 y el capitolio bogotano.
Sin embargo, el desafío emprendido por los movimientos sociales, indígenas, negros, estudiantes, mujeres, campesinos y minorías culturales, pone en la agenda pública el tema de la construcción de paz territorial, logrando superar lentamente los dilemas ideológicos y personalistas de la política arcaica, que establece dos caminos casi irreconciliables el uribismo y el petrismo. Pareciera, que evidenciamos una corriente emergente que apela a la posibilidad de hacer democracia desde abajo sin tintes, artimañas o formas corruptas, mafiosas y privadas propia de la narco-cultura política nacional.
El macondo milenario, resulta ser aquel territorio de unidad y paz en medio de la violencia, denota la riqueza: étnica, social, cultural y ambiental, lo que representa la inmensidad del Chiribiquete como un espacio que integra las diferentes sociedades y nos muestra a Colombia como una nación que rompe con el estigma mediocre y perverso de la violencia institucional, los carteles de la narco-estética, la industria de las drogas, y la imagen de una sociedad que no ha podido darle la oportunidad real y sensata de su propia paz.
Es lamentable conocer que el Macondo milenario es depreciado por los de arriba, pues ellos son parte del mismo, es decir, de aquella fuerza del río Magdalena manifestada en el campesino o trabajador de a pie, la extraordinaria mitología del cerro de Los Abechucos propia de nuestros hermanos indígenas, la resistencia de los afro en sus comunidades, el intrigante paisaje del Caño Cristal y la cultura popular llanera de nuestra frontera con Venezuela, sin dejar a un lado, la riqueza cristalina del Caribe macondiano como la muestra de una ciudadanía crítica que cuestiona a sus inquisidores políticos y grupos tradicionales, aquellos que no permiten la construcción de una paz desde abajo. Sin embargo, seguimos esperando justicia ante la masacre de los líderes sociales, la pérdida de los hijos que reflejan el dolor de las madres de Soacha, la victimización de la protesta social y el exterminio de los liderazgos populares en las regiones.
Ñapa: Al “presidente” Duque, le hacen falta algunas lecciones de diplomacia y cooperación internacional, es un simple proceso de diálogo bilateral entre gobiernos. Merlano se quedará en Venezuela hasta que entienda que se debe respetar los asuntos internos y la autonomía de los gobiernos fronterizos.
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