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Cuando leo aquel pregón me pregunto: ¿Qué quieren significar con ello? porque si fuera cierto que “los buenos somos más”, ¿Cómo se explica que en este país se haya consolidado un sistema de gobierno que auspicia grandes privilegios para unos pocos, injusticia e impunidad rampantes y enorme exclusión para la mayoría, hasta el punto que el Dane reporta que 45.3 % de la población colombiana vive en la pobreza, a la vez que se estima que el país pierde cada año al menos $50 billones por la corrupción y los elefantes blancos circulan por todos los rincones?
La pregunta que sigue es: ¿A quiénes incluyen en aquella categoría? Acaso esa mayoría de “buenos” lo es solo porque, como señala Wasserman, han interiorizado un sentimiento de superioridad moral que no validan con la realidad? Se me ocurre que allí también están quienes suelen decir: “soy bueno porque no mato ni robo”, y ahora posiblemente también quienes no participan en los eventos que hoy nos afligen. Posiblemente se suman quienes critican en voz baja, o prefieren no quejarse ni siquiera de buen modo porque para qué, si nada va a lograr. Y, para completar, anticipo que se agregan quienes dicen detestar la política porque es sucia y porque todos los políticos son corruptos, rechazan que sus hijos se involucren porque eso es malo, sin entender que ese mensaje implica “dejemos que se perpetúe esa dirigencia que repudian porque los buenos no debemos involucrarnos”. Y, además, no votan o lo hacen por los mismos personajes de quienes denigran.
Aun cuando suene duro, tendríamos que admitir que al menos una importante fracción de los llamados “buenos” podría calificarse como “seres inofensivos o pasivos”, pero no más. Posiblemente, son personas indiferentes, carentes de solidaridad y compasión, a quienes no les conmueve ni le interesa el sufrimiento de los demás, ni el retraso del país.
Ante la situación que hoy vivimos no basta con que haya una mayoría de personas “bien comportadas” o “buenas a secas”, se requieren “buenos ciudadanos”; personas que asuman responsabilidad y compromiso con el desarrollo del país y el bienestar de sus conciudadanos, que actúen en forma proactiva en procura de profundizar y preservar la democracia, pero una democracia genuina y no un remedo. En esos términos, estaremos de acuerdo con nuestro paisano, el escritor William Ospina, cuando señala que “Colombia está mal porque no tiene una ciudadanía capaz de ponerle freno a todo esto. Una ciudadanía capaz de creer que la democracia significa el poder de los ciudadanos, la voluntad de los ciudadanos y la capacidad de decidir de los ciudadanos”. En suma, tenemos un gran déficit de ciudadanía.
Es tiempo entonces de entender la urgencia de formar y ejercer una ciudadanía responsable, que respeta la diferencia, que es capaz de expresar los desacuerdos sin violencia y aplicar sanción social a quienes fallan. Que asume el reto de no dejar el ejercicio de la política en manos de quienes abusan de ella; que participan activamente a través de los mecanismos legítimos, que hace uso inteligente del voto que permite cambiar aquella dirigencia que ha utilizado el poder en su propio y exclusivo beneficio y el de sus adeptos. Todo ello es posible uniendo fuerzas con quienes merezcan nuestra confianza, zanjando diferencias sin hacer concesiones en principios y valores fundamentales, sin extremismos ni radicalismos insanos. La oportunidad está cerca, en 2022 tendremos elecciones claves que debemos aprovechar de la manera más inteligente y racional posible, motivando a muchos más a hacerlo, sin violencia, porque de ella hemos tenido demasiada y mucho sufrimiento nos ha causado. Solo entonces podremos saber si es cierto que “los buenos ciudadanos somos más”, o si aquel mensaje de la pancarta era solo “carreta”.
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