¿Por qué y para qué votar?

Manuel José Álvarez Didyme dôme

Las fallidas administraciones de Bogotá, Cali, Medellín así como la desastrosa de nuestra Ibagué, nos debieran obligar a recordar en esta nueva víspera de la elección de alcaldes y gobernadores, una verdad, que por haber creído que era suficientemente sabida por todos, no fue tenida en cuenta en oportunidad.
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Que la motivación electoral que lleva a las urnas, antes que de carácter pasional, debe ser fundamentalmente racional”.

Tal explica el sinnúmero de desaciertos que registra el pasado en la escogencia de los orientadores de nuestro errático discurrir político-administrativo, máxime si a ello se añaden el bajo nivel educativo de gran parte de quienes concurren a las urnas, su extremo grado de pobreza y el gran cúmulo de necesidades que los afectan, circunstancias que los hacen vulnerables a los falsos halagos y demagógicas promesa de solución a sus problemas.

Y es lo que nos permite comprender, cómo aquellos que ofrecen ríos de leche y miel sin privación ni esfuerzo alguno, sean los que terminen por ganar el favor de las mayorías en contra de los candidatos que con objetividad invitan a recorrer el verdadero camino del desarrollo, pleno de sacrificios y dificultades, solo salvables con un severo y perseverante esfuerzo.

Y el porqué es la oferta de obras físicas, -generalmente irrealizables-, la que mayormente atrae al elector, desplazando a aquellas que se orientan a la construcción de una sociedad más responsable, justa e igualitaria mediante la prudencia en el gasto, la inversión en salud y educación, y por sobre todo las que garantizan la honestidad y eficiencia en el manejo de lo público.

“¡Que ahora sí vamos a hacer esto, aquello y lo de más allá!”, es lo que ha dominado el retórico y vano discurso, al cual no se le mira el cómo ni el con qué, en tanto en cuanto se carece de lo indispensable para lograrlo pues no tenemos la necesaria solvencia, ya que ésta nace de la cultura del trabajo y el ahorro, valores poco arraigados entre nosotros, porque no nos hemos dedicado a enseñarlos ni a aprenderlos.

Ejemplos recientes, infortunadamente pocos, nos muestran el benéfico resultado de desoír a los sempiternos promeseros y rechazar a los personeros de la política tradicional, para dar paso a quienes de manera prudente y sin arrogancia quieren trabajar por su ciudad, ciertos que su acción y sus obras van a terminar hablando por ellos.

Los electores que como conductores de vehículos automotores, protestan hoy por el caos del tránsito y el deplorable estado de las vías en esta ciudad, debieron haber reflexionado en tal sentido al depositar su voto, al igual que los empresarios, constructores o amas de casa al verse agobiados por las falencias del servicio de agua o de alcantarillado, o los ciudadanos del común por la delincuencia callejera, el desorden urbano, el creciente desempleo, etc., etc, etc..

O los de siempre: los apáticos, los despreocupados, los indolentes y aquellos que creen que su aporte electoral no es necesario, sin advertir que el voto es una obligación para con el país, el departamento, la ciudad y la familia, si de verdad se aspira a mejorar el futuro y el medio por excelencia para “estar de acuerdo con uno mismo”, como bien lo señaló en su tiempo el ex presidente francés François Mitterrand.

 

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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