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Con repetirse tales resultados, escasamente podríamos llevar al Congreso un número igual de congresistas al que hoy tenemos, más no volver a Casa de Nariño, ya que las castas oligárquicas no querrán mantener el riesgo de que se les altere el statu quo ni seguir al margen del principal poder existente en una república liberal, el poder ejecutivo, que, como se sabe, es el encargado del manejo presupuestal, de buena parte de la nómina nacional, de la fuerza pública y de las relaciones internacionales.
Y también decía que, para superar esa dificultad, había que encarar los próximos comicios “con una metodología electoral diferente a la empleada hasta ahora”. Esto demanda una reflexión crítica acerca de cuál debe ser esa nueva metodología, lo cual comienza por redefinir el concepto de unidad, o al menos darle nuevos alcances, por entender que sin unidad no hay triunfo posible.
En la práctica, la unidad ha estado reducida a meros acuerdos en torno a criterios programáticos, a los cuales se les suma un compromiso por las alturas para que por las bajuras marchemos todos en respaldo de una lista electoral única de candidatos comprometidos en defenderla firmemente, así cada integrante trabaje para que los resultados electorales finales le sean favorables en lo personal.
Y es en este punto en el que la unidad se desvanece, porque, conformada la lista, cada quien se lanza tras de su anhelada curul, lo que lo lleva a olvidar que uno de los cometidos que se persiguen con una lista unitaria es el de formar sinergias, antes que desperdiciar esfuerzos en acciones separadas.
Tal concepción hace que la participación en campaña de cada candidato esté en dependencia de cuán cercano o lejano esté de la cabeza de la lista, o cuán significativas sean las organizaciones y partidos que le apoyen. Esto hace desiguales los esfuerzos, pues quien por razón de alguna de las razones mencionadas se sienta con menor opción para obtener la curul vinculará menores entusiasmos a la campaña que quien se sienta con mayores posibilidades.
Un antídoto contra este mal puede hallarse en la suscripción de un acuerdo que permita unificar el trabajo, haciendo que todo acto electoral, al menos en lo regional, obedezca a una programación central que obligue a la participación de todos los integrantes de la lista, sin que puedan darse actos simultáneos que no estén plenamente justificados.
Seguramente continuaremos desarrollando esta idea en un nuevo comentario.
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