Una tarea olvidada

Rodrigo López Oviedo

Ya no deben existir dudas acerca de que las afirmaciones lanzadas en campaña presidencial contra Gustavo Petro no fueron más que meras consignas difundidas
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con el fin de convencer a su electorado de que él era castrochavista, de que, de ganar las elecciones, convertiría a Colombia en otra Venezuela, de que llevaría a la juventud al homosexualismo, de que nacionalizaría, expropiaría, etcétera. La realidad observada hasta hoy es que ninguno de tan “aciagos” presagios se ha convertido en realidad.

De parte de los petristas, muchos de los que votaron por él llegaron a las urnas con el deseo de que su gobierno trascendiera las fronteras políticas del actual régimen de propiedad privada, propiciara el relevo de clases en el poder, hiciera realidad la soberanía nacional y estableciera las bases para la transformación socialista del país.

Estas presunciones, profundamente revolucionarias, también resultaron infundadas, pues si bien el discurso de Petro marcaba una clara intensión progresista, y aún sigue marcándola, su discurso no tenía tantas pretensiones, tal vez por su convencimiento de que las actuales condiciones no dan para encarar tan sentidos anhelos.

Por eso no es razonable que dentro de las corrientes progresistas que lo han acompañado bajo convicciones de transformación tan avanzadas como las anteriores haya quienes se sientan frustrados al no verlas materializadas en hechos palpables ni vislumbrar algún indicio de que se marche hacia ellas.

Y tampoco es razonable que muchos, especialmente los dirigentes de estas corrientes, por no decir que la mayoría, estén echando al olvido dichos propósitos, no obstante que sobre ellos gravitaban sus discursos de antes de que los protagonistas del antagonismo gobierno – oposición invirtieran el sentido de la política a desarrollar durante el actual período presidencial.

Lo anterior ha venido generando cierta tendencia hacia una especie de petrismo desideologizado, propenso al aplauso y reacio a la crítica, así como atraído por principios clientelistas tan intensos que parecen borradas las diferencias con el clientelismo al que han sido tan proclives sus contrarios.

La consecuencia de lo anterior es que ya casi no se promueven las escuelas de formación política de clase, las doctrinas socialistas están cayendo en el olvido, la arenga antiimperialista ya no cuenta con tribunos y los discursos políticos de ahora están enmarcados casi que exclusivamente en el rechazo al neoliberalismo, como si la solución a los problemas de la sociedad quedaran resueltos con el simple retorno a lo que había con anterioridad al consenso de Washington. Es como si se hubiera aceptado la teoría del fin de la historia y el consiguiente corolario de que con el capitalismo hemos llegado a donde máximo se podía llegar.

¿Será que estoy equivocado?

Rodrigo López Oviedo

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