Un incremento bueno, pero no tanto

Rodrigo López Oviedo

Los altos círculos del poder económico han calificado de exagerado el aumento de 9,5 por ciento al salario mínimo, pues dicen, como siempre, que es inflacionario, que desestimula la generación de empleo y propicia la informalidad.
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Lo cierto es que a estos señores no los preocupa ninguno de los anteriores aspectos. Lo que sí los preocuparía es que el aumento fuera de tal magnitud que pudiera resentir sus tasas de ganancia, cosa que no ocurrirá con este incremento, que en realidad fue de solo 4,3 por ciento, pues lo demás corresponde a la recuperación de lo perdido por la inflación. Y no se van a resentir, como no se resintieron con el incremento real que decretó Iván Duque para el año 2022, que fue del 4,45 por ciento, el más alto del presente siglo. 

De todas formas, los empresarios no debieran quejarse. Ellos saben que, tarde o temprano, los salarios que pagan regresarán completos a sus faltriqueras a través de la venta de sus productos a los mismos trabajadores, como consumidores que son, pues dado lo que reciben, no pueden sustraer ni un peso para destinar al ahorro.

En alguna de sus intervenciones, el presidente Petro dejó claro que ningún incremento salarial tiene las repercusiones económicas devastadoras que pregonan las oligarquías. Estas aparentan no haberse dado cuenta de que el salario mínimo de los colombianos es el más bajo entre los países de la OCDE y de los más bajos del continente. En dichos países se pagan salarios mucho más altos, sin que en ninguno se hayan presentado tan nocivas consecuencias, al menos por causa de su monto.

Es de lamentar que tal comprensión no esté derivando en una actitud más comprometida con la corrección de este problema. La única razón que podría justificarlo es la necesidad en que está su gobierno de acercar a los sectores independientes del Congreso a la propuesta de acuerdo nacional, en aras de frenar la tendencia negativa que se está dando en el trámite de sus iniciativas legislativas, como la que se le dio al proyecto de Ley de financiamiento, el cual fue hundido por la oposición, pese a que contemplaba reducir el impuesto de renta de las empresas, pasándolo del 35 al 30 por ciento.

La esperanza es que el próximo ajuste sirva para dignificar la vida de los trabajadores y acercarlos a un nivel de felicidad más acorde con su condición humana. Es lo menos que podemos esperar de Gustavo Petro en ese que será su último incremento. De tal decisión podría depender en parte el signo con que quede gravado su nombre en la historia nacional.

Rodrigo López Oviedo

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