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Se refería por supuesto a lo poco que le quedaba por hacer, luego de la andanada de órdenes ejecutivas que expidió a unas pocas horas de haber tomado posesión de la Casa Blanca.
Es como para ponerse a temblar. Este apreciado señor dejó claro en este su primer día de gobierno que ninguno de cuantos horrores presentó en campaña como objeto de lo que sería su segunda presidencia iría a convertirse en letra muerta.
Mal deben estarla pasando esos millones de estadounidenses que, dejados llevar por la presión de unas condiciones de vida cada vez menos favorables, pero también por la carga mediática que los indujo a creer que con este personaje se resolverían los problemas que se agravaron con Biden, depositaron su preferencia electoral por el hoy presidente, olvidando los desafueros que llevó a cabo en su primera administración, incluidos los que lo convirtieron en un hombre conocido de autos, de los cuales hizo parte su deseo manifiesto de perpetuarse en el poder, no importa si a través de un fraude o de un golpe de Estado.
Ahora Trump, en medio de frases retóricas que resultan normales en este tipo de actos, como las de querer hacer de Estados Unidos una nación orgullosa, prospera, soberana y libre; respetada en todos los escenarios del mundo y con fe y confianza en su destino; en medio de frases como esas dejó sin velos la esencia de lo que realmente quiere hacer: abandonar sus compromisos internacionales en la defensa del medio ambiente, hacer tábula raza de los Tratados Torrijos-Carter que le devolvieron la soberanía a Panamá sobre su canal, cambiar el nombre del Golfo de México por el de Golfo de América, elevar aranceles, expandir el territorio (¿con nuevas guerras de invasión?), derogar lo alcanzado en cuanto a preferencias sexuales, atizar la xenofobia, la homofobia y la segregación, defender sus fronteras de quienes, seducidos con el cuento del sueño americano o expulsados de sus patios traseros por el hambre, quieren hacer vida en sus territorios, etcétera.
Lo anterior significa retrotraer a Estados Unidos a enfoques políticos que se creían superados. Hoy, en medio de la angustia forjada por posiciones como las de este personaje, no queda más que repetir el verso de aquel himno que suele cantarse en momentos solemnes, pero no tanto como para acudir a la interpretación del himno oficial de ese país: ¡Dios salve a América! Aunque tal vez sea más realista desearles una verdadera democracia, que bien necesitados están de ella.
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