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En efecto, la digna actitud que asumió Gustavo Petro ante este caso puso voces de júbilo en boca de muchos de sus seguidores, que lo consideraban vencedor al haberle plantado cara a un Goliat que parecía inmune a cuantos guijarros se le lanzaran.
Desafortunadamente, el resultado no daba para tanto. Las armas del imperio estaban bien aceitadas, y lo que le faltaba era hacerlas sentir, como lo hizo Trump a través de sus aterradoras amenazas. Ante ellas, todo lo que le quedaba a nuestro presidente era reconocer de qué lado está el verdadero poder, y actuar de conformidad, sobre todo sabiendo, además, que de la ecuación hacían parte las lacayas oligarquías, siempre dispuestas a ponerse del lado del imperio.
Por si fuera poco, los grandes medios le exigían al presidente ponerse en defensa, no de la dignidad, sino de la economía nacional, lo cual es un eufemismo. En esencia, la economía nacional no es casi nada más que la expresión de los intereses de las clases dominantes, como lo evidenciaron sus más importantes voceros al poner el grito en el cielo en defensa de un mercado exterior que depende en un 27 % de las compras gringas, en salvaguarda de las actuales tarifas arancelarias y en demanda de protección a unas condiciones macroeconómicas que, ahora sí, consideraban satisfactorias.
Obviamente, Petro estaba ante la obligación de prevenir tan negativas consecuencias, y lo hizo como solo se podía, dando un paso atrás, sobre todo teniendo en cuenta que no podía contar con el apoyo inmediato de sus seguidores, que el Congreso le era mayoritariamente adverso y que el ambiente internacional no era propicio para esperar una solidaridad efectiva, dado que se habían truncado los procesos de integración latinoamericana impulsados por Chávez.
Esta cruda realidad debe ponerle de presente a nuestro pueblo lo empinadas que son las cuestas conducentes a las transformaciones por las que tanto ha luchado, pero también lo mucho que podrían aplanarse si lograra poner a marchar juntos al ejecutivo y el legislativo, entendiendo que eso solo es posible con un triunfo electoral que le garantice continuidad en la Casa de Nariño y mayorías en el Congreso. No de otra manera podrá asumir con posibilidades de éxito tan exigente reto ni liberarse de la tentación de estar cantando triunfos en contravía de la tozuda realidad.
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