Nos comemos la lechona… pero las ganancias se las lleva otro (II parte)

Alba Lucía García Suárez

Seamos honestos: nos gusta presumir de la lechona tolimense. Tenemos la tradición, el sabor y el reconocimiento internacional, pero no la estructura para que este plato icónico nos deje más dinero y desarrollo.
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 Esto no es casualidad, es falta de visión y voluntad política. Para que la lechona sea un verdadero motor económico se necesita más que discursos y orgullo regional: hay que fortalecer toda su cadena de producción, desde la cría del cerdo hasta su comercialización.

Hoy, en el Tolima solo hay unos contados productores de cerdos, lo que significa que la mayoría de los animales que se usan para nuestra lechona provienen de afuera, de los departamentos que han entendido que el desarrollo agropecuario no es solo un tema de tradición, sino de política pública, que requiere un ecosistema donde el sector público y privado trabajan de la mano, con incentivos, tecnología y reglas de juego claras. Mientras tanto, en nuestra tierra seguimos esperando que la producción crezca por inercia, sin una estrategia que nos permita competir en igualdad de condiciones.

Para salir del círculo vicioso, se necesita que entidades como Cortolima en lugar de ser un obstáculo se convierta en un facilitador del desarrollo productivo bajo criterios ambientales responsables. El Tolima merece más, sería ideal que la Corporación Autónoma Regional y la Gobernación trabajaran juntas para definir zonas de producción pecuaria, dar seguridad jurídica a los productores y garantizar que la regulación no sea un freno, sino una herramienta de crecimiento sostenible.

Otro factor que nos está jugando en contra es la salida de las casas comerciales que producen concentrados. Muchas plantas migran a zonas donde ofrece mejores condiciones en temas de uso de suelo y tributos. Para revertir esto se podría pensar en Finagro como un aliado clave para financiar proyectos de tecnificación y expansión de la producción porcina, facilitando créditos con tasas preferenciales y respaldo técnico. 

Tenemos que aprovechar la ventaja competitiva innegable que nos da ser un departamento bioseguro, lo que nos hace más atractivos para la producción porcina en términos sanitarios. Pero una ventaja sin estrategia es solo una oportunidad desperdiciada. Si no hay inversión, planificación y una apuesta institucional fuerte, no hay nada.

El problema es que nadie está liderando esta conversación con la fuerza y la visión necesarias. El desarrollo no se construye con discursos bonitos, sino con decisiones claras y una visión que trascienda los gobiernos de turno, para que no nos quedemos solo con el plato sino también con la plata.

Alba Lucía García Suárez

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