La política de Colombia tiene por momentos un suspenso sonso que trata desesperadamente de agregar intriga a la trama con un falsamente sorpresivo ‘spin off’ que realmente a la larga no sorprende a nadie.
Las instituciones deben hacer lo que la Constitución les dice que deben hacer, esa es la lógica del aparato estatal, así es como se logra que el país siga funcionando.
Ese siempre ha sido el pecado del Presidente: la soberbia, esa obstinación de no mostrar debilidades aparentes y siempre tener la última palabra en todas las discusiones.
Los pequeños detalles tienen una trascendencia tal que de tenérseles el respeto suficiente harían temblar cualquier gran iniciativa. Esto en política no puede ser más cierto, ya que sólo basta con descuidarse lo suficiente, es decir más o menos lo que dura un pestañeo, para encontrarse ante un laberinto de problemas prácticamente imposible de atravesar sin provocar daños considerables.
Quizás como nunca antes, este ha sido un mes redondo en materia de deportes para nuestro país. Hace rato no disfrutábamos de tantas alegrías en variadas disciplinas y no hablo de pequeños triunfos locales que son loables a todas luces, pero suelen ser aplastados por la fuerza mediática de lo que sucede al otro lado del charco, sino que grandes hazañas.
En la política, como en el fútbol, uno se siente cómodo ocupando una posición determinada, en ella se logra un acoplamiento especial y se juega a sus anchas.
Pertenezco a una generación que se salvó por cuestión de un par de tímidos años de la sombra tenebrosa de Pablo Escobar y los días de terror del M-19, entonces la guerra abandonó la ciudad y se internó en lo más profundo de la manigua para quedarse allí, al otro lado de la pantalla del televisor.
Se llama Camila Abuabara, tiene 24 años y, mientras usted lee esto, ella se aferra a la vida batallando contra una leucemia linfoide aguda en una cama de la Foscal de Bucaramanga. Su cuerpo se encuentra tan inmunosuprimido y ausente de defensas tras una quimioterapia de rescate que sólo puede recibir la visita de una persona a la vez.
Cuando uno termina de leer la última entrevista que el El Espectador le practicó a Horacio Serpa es ineludible que lo invadan dos sensaciones inconfundibles cuando se llega a la última pregunta.
Ser el Estado no es fácil y, aunque parezca todo lo contrario, ni siquiera divertido. Concentrar el poder en pleno de una nación acarrea consigo una avalancha de responsabilidades y expectativas que deben respetarse como ordenan los designios imperativos de la ley, pues ésta es la única forma de contar con la legitimidad suficiente que la ciudadanía exige.