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Si a estas alturas, y con sus casi 80 años a cuestas, John Banville no ha ganado ya el Nobel de Literatura es porque sencillamente a alguien en Estocolmo le cae muy mal, y tal vez no él mismo, sino Benjamín Black, su aciago alter ego especialista en novela negra que en la última década ha escrito y vendido más (7 libros) que el propio Banville (4 libros). Viéndose consumido por los paralelismos de su yo alternativo y acercándose poco a poco a esa edad donde más o menos todo te importa un carajo, Banville decidió matar a Black durante la pandemia salvo para el mercado en español, lo que convirtió a Hispanoamérica en el paradisíaco destino del retiro dorado de su exitoso alias.
Flamante ganador del Premio Booker con “El Mar” (2005), laureado con el recientemente resucitado Premio Franz Kafka (2011) y ungido por el Rey de España con el Premio Princesa de Asturias de las Letras (2014), Banville tiene todas las credenciales para que en cualquiera de los próximos octubres su nombre se pronuncie de labios del secretario de la Academia Sueca. Por ello, es un honor que hubiese dedicado unos minutos de su atareada agenda a pasarse por Madrid y presentar su más reciente novela “Los Ahogados”, la décima entrega de las aventuras del Detective Quirke.
Con un exquisito sentido del humor, que no se adivina en distancias cortas por el aura de anciano cascarrabias que evoca su mirada, Banville deleita al público de la Librería Alberti con chispazos de graciosa genialidad cuando habla sobre la vejez y la muerte (“No esperaba vivir tanto, estoy sorprendido” remarca). Declara con ironía que el acaecimiento de la senilidad y la pérdida paulatina de facultades, en lo que ha denominado el desvanecimiento de uno mismo, tiene una cierta hilaridad intrínseca que, aunque caótica y penosa de presenciar, no deja de ser de alguna manera divertida por la misma torpeza de los movimientos que tanto se celebra en los niños pequeños.
Cuestionado sobre el Nobel de Literatura, y preguntado por la declaración de su mujer en la que reconocía que sus relatos policiacos aniquilarían sus posibilidades de conseguirlo algún día, Banville es enfático en que la novela negra tiene que elevarse a la categoría de obra de arte, dejando leer entre líneas que si hasta la fecha ningún escritor de esta línea lo ha ganado, esto no es sólo imputable a las preferencias del jurado sueco sino también a que la calidad media de estas historias es insuficiente para aspirar al galardón. Una reivindicación combativa con aires de crítica, tanto hacia fuera como hacia dentro del género, y con la que Banville aprovecha para recordarnos que “lo importante no es quién es el asesino, sino el desarrollo de los personajes”.
Finalmente, confiesa que, aunque le enferma leer su propio trabajo, tras escuchar una de las novelas de Benjamín Black en audiolibro descubrió que ese otro yo no escribía mal y que no había razones para seguirse escondiendo tras ese “estúpido apodo”. Acabando así con la dicotomía entre Dr. Banville y Mr. Black.
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