Café y petróleo

La protesta cafetera ha puesto en evidencia uno de los grandes defectos colombianos, la tendencia a darle salidas provisionales a problemas que necesitan soluciones de fondo. Así, las crisis se van acumulando y superponiendo, hasta que estallan. La del café se viene gestando desde hace más de dos décadas, desde cuando se rompió el acuerdo mundial del café y pacto de cuotas en 1989.

El asunto tiene visos estructurales. Un estudio de Carlos Gustavo Cano, César Vallejo y otros investigadores, publicado en mayo de 2012, describe cómo la participación del café en el PIB del sector agropecuario colombiano viene menguando año a año; cómo pasó de representar cerca del 25.0 por ciento a finales de la década del setenta a un poco más de 6.0 por ciento hoy. En 1991 la producción cafetera era de 16 millones de sacos, actualmente apenas llega a los ocho millones. El café, pues, viene de capa caída en Colombia. Ahora bien, el papel que antes cumplían los ingresos cafeteros, según el estudio, lo desempeñan la inversión extranjera directa (IED) con destino al sector minero-energético y los flujos del crédito externo, y las remesas de colombianos en el exterior, digo yo. En los 70 el café contribuía con el 54.0 por ciento de las exportaciones de bienes, mientras petróleo y derivados sumaban sólo el 6.0. Sin embargo, para la primera década de este siglo la proporción ya se había invertido, el café pesaba el 5.9 por ciento y el petróleo el 27.2 por ciento.

Pese a que el Ministro de Hacienda sostiene que no hay lugar a hablar de ‘enfermedad holandesa’, lo cierto es que la revaluación del peso y la caída del precio internacional del grano tienen en jaque a los cafeteros. Colombia no se preparó para gestionar un mercado desregulado que ya no pacta cuotas de exportación y pasó de ser el segundo productor mundial al cuarto, por detrás de Brasil, Vietnam e Indonesia. La Federación no se modernizó a tiempo y ahora estalla una crisis compleja que no tiene solución estructural a la vista, como no sea con chorros de presupuesto público. La vida tiene sus ironías. El problema les revienta a un presidente y a unos ministros estrechamente vinculados con la Federación Nacional de Cafeteros desde sus años de mocedad. Tanto Santos como Cárdenas y Restrepo son amplios conocedores de la situación cafetera.


El café está pasando a la historia, como pasaron la quina y la canela. El país está en tránsito hacia lo minero energético, esto es lo que está moviendo la economía. Pero el petróleo y la minería no generan el número de empleos que generaba el café, más de medio millón. Este subsector apenas absorbe un seis por ciento del empleo nacional y, en el caso del petróleo, está en una zona diferente a las cafeteras, como la Orinoquía, principalmente Meta, Casanare y Arauca; de estos departamentos se extrae más del 60 por ciento del petróleo; ello explica las fuertes oleadas migratorias internas, las cuales crean peligrosas tensiones laborales. Además, los cuadros sociales que producen estos dos subsectores (café y petróleo) son totalmente diferentes. No está claro que la economía extractiva genere desarrollo, per se, como sí lo generó en su momento el café.


El desarrollo de Quindío, Caldas y Risaralda, por ejemplo, no podría explicarse sin los ingresos cafeteros. Una cosa, pues, es el país cafetero y otra muy distinta el país petrolero. La situación política y social de Arauca y Casanare es muy singular, son auténticas bombas de relojería. Valdría la pena hacer un estudio comparativo del desarrollo en estas dos subregiones colombianas.


El paisaje social y la economía nacionales cambiarán radicalmente durante las próximas décadas, y buena parte de dicho cambio estará relacionado con la crisis del café y el auge minero petróleo. Se va a requerir de mucha imaginación, tacto y cultura democrática para gestionar lo que viene.


Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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