El momento de la verdad

El día requiere al hombre, decían los romanos. Si las FARC en realidad quieren la paz (y yo creo que sí la quieren), van a tener que jugar muy fino y decidirse, mucho más que hasta ahora. Si permiten que el proceso de paz pierda respaldo social y entre en barrena no habrá poder humano que lo ataje.

Recuerden el Caguán. Más ahora que el margen de maniobra política del presidente Santos se ha reducido, según lo indican las encuestas, luego, o ellas mueven ficha o el proceso se puede malograr. Por paradójico e irónico que les resulte, les corresponde ayudar a frenar la erosión política de Santos.  Así es la vida. A no ser que tengan una mejor opción.

Según la prensa, Pablo Catatumbo telefoneó al presidente del senado, Juan Fernando Cristo, para proponerle que una comisión del congreso viaje a La Habana a fin de que escuchen sus opiniones respecto al proyecto de ley que autorizaría la convocatoria de un referendo en las elecciones de 2014. Por ahí no es la cosa. No es de la elite política de quien deben hacerse escuchar, es del pueblo colombiano.

El Congreso no tiene prestigio político. Los congresistas tienen votos amarrados para ganar elecciones pero eso no es suficiente para fortalecer un proceso de paz. Tienen que hacer actos de paz audaces y seducir al país. Decir, con claridad meridiana, que renuncian a la vía militar. No porque estén militarmente derrotadas - si es que eso es lo que creen - sino porque han dejado de considerarla válida siempre que tengan garantías para hacer política. Que, en consecuencia, cesa su accionar militar. Deben entender que su capacidad de negociación no está en las armas que aún les queda, sino en la capacidad que muestren para movilizar a la opinión pública y representar los intereses y anhelos populares.

Sé que lo anterior haría añicos su paradigma político militar. Y que es mucho pedirle a una organización que lleva 50 años echando balas y sin contacto casi con la realidad urbana. Pero el campesinado colombiano (del cual las FARC hacen parte, aunque a muchos les duela y no quieran aceptar), ha demostrado que con su movilización social consigue infinitamente más de lo que ellas con las armas.  Santos tiene cerca de 85 senadores, y de poco le ha servido a la hora de enfrentarse con las demandas agrarias y protestas populares. No es consiguiendo que una comisión del congreso vaya a La Habana. Por ahí no es. Al Caguán fue hasta el presidente de la bolsa de Nueva York, y al final las mayorías miraron hacia el único que no había ido: Uribe. 

Estos días se ha producido un hecho inusual. Las franjas urbanas se han solidarizado con los reclamos del campesinado. Esto acorraló y asustó al gobierno. Por eso bajó Santos en las encuestas, por no saber leer esta situación. Porque la gente percibe que no sabe qué sucede en su gobierno; porque le parece ambivalente y dubitativo; porque dice una cosa en la mañana y se desdice en la tarde; porque mata el tigre y se asusta con el cuero.

Pero Santos tiene algo que lo salva para la historia, y es que ha sido valiente al aceptar la existencia del conflicto y buscar una negociación. Para hacerlo ha tenido que quebrar su paradigma político militar, una cosa que no es fácil en un país que bascula entre la derecha y la extrema derecha. Un país godo. Al menos sus elites urbanas. Santos ha tenido que padecer a Uribe, convencer a miembros de su gabinete, a los militares, aguantar las críticas de miembros de su familia. No la ha tenido fácil. Pero ha llegado la hora de la verdad. Las FARC tienen que decidirse, y Santos también. Es el momento de las definiciones.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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