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Pensemos por ejemplo en el uso de casi cualquier material para contener la obra; y hablar de ‘contener’ es apenas una manifestación -diríamos la clásica- de las muchas relaciones que hoy se pueden establecer entre material, artista y obra.
Los artistas que trabajan con fibras, textiles e hilados ganaron espacios en la escena cultural, a pesar de que muchas veces al observador le cueste romper esa otra especie de ‘techo de cristal’: el de la crítica severa nacida del prejuicio contra lo considerado apenas decorativo o artesanal. Tanto se pretende entre los observadores cultos que pareciera que la obra debiera ser fea o abrumadora para tener sustancia, para dejar de ser apenas una ‘artesania’ y poder ser leída como una pieza única, original y contentiva de una mirada con sello personal.
La colombiana Olga de Amaral mezcla lo textil con lo antropológico, lo territorial y lo poético. Una presencia ya indiscutible en el club del arte culto. Y ahora, para cerrar bien el 2024 e inaugurar mejor el 2025, la Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo de París organizó por primera vez en Europa una retrospectiva completa de Amaral. Ahí se consolida la profundidad de su obra, reuniendo magistralmente la evocación del paradisiaco territorio que la inspira, su impecable factura técnica y la profunda huella antropológica del pasado precolombino mítico de El Dorado.
Y es que los espacios de exhibición del edificio de la Fundación, una obra del famoso arquitecto Jean Nouvel (1945), no podrían ser más propicios. Esa caja de cristal rodeada del exhuberante jardín es la escenografía perfecta para las obras de gran formato de Amaral en las que la magestuosidad de nuestro territorio y su cultura ancestral se acomodan bien. La serie ‘Brumas’ constituida por enornmes volúmenes traslucidos suspendidos del techo y confeccionados con millares de hilos que caen, atravesados por luces que se crean por la pigmentación de las fibras, es sorprendente (ver en Google Images).
Y el subsuelo de la Fundación atrapa. Un espacio oscuro de piso a techo, del que emergen objetos (tapices, fragmentos) que crean un hipnótico viaje alrededor de un juego de texturas y colores que son ineludiblemente un lenguaje del territorio (del agua, la Sierra, el verdor); una narrativa de la geología y el paisaje hecha con el ‘textil’ como ‘texto’ (no es casual la coincidencia de la raiz etimológica de ambas palabras), todo destacado con alguna presencia del oro tan atado a las culturas precolombinas -ver en Google Strata XV (2009), Escrito (2017)-. Amaral se reafirma como otra de las estrellas colombianas del arte actual.
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