Los poderosos juegan a la ruleta rusa con el planeta, pero preferimos ignorarlo. Como es de masoquistas ver noticieros, preferimos el fútbol o sumergirnos en seriados de plataformas de entretenimiento tipo Netflix. Son tantas las malas noticias que solo accedemos a tocar la realidad cuando se transmiten grandes espectáculos.
Marzo es el mes de las asambleas a las que asisto sin falta. Dirán algunos que soy masoquista, pero no. La Propiedad Horizontal es una de las figuras jurídicas más interesantes de los tiempos modernos. Una “limitación del dominio” en la que el interés individual cede ante el colectivo, abaratando los costos y generando bienestar en las comunidades sujetas a su régimen. Un ejemplo: el disfrute de piscinas, gimnasios, parques infantiles, yacusis y zonas deportivas, antaño lujos reservados a personas con acceso a exclusivos clubes privados son hoy la regla general, incluso en proyectos VIS y VIP.
Nos enseña Google que la palabra parresía significa “decirlo todo”, hablar atrevidamente con franqueza, sin miedo y sin considerar los riesgos personales. En este caso el orador no busca persuadir (objetivo prioritario del político), sino defender el bien común. Una metodología necesaria en un país de medias verdades, cada vez más abocado a elegir entre lo malo y lo peor.
Cumplo dos años escribiendo esta columna en El Nuevo Día. Lo había hecho episódicamente en el pasado, pero en esta oportunidad la edición digital y las redes sociales me han dado una experiencia interactiva, retadora, muy distinta a la de años anteriores. En algunos casos he visto que sí se pueden conseguir cambios importantes. El periodismo hoy es interactivo, dialogante. He trabado amistad con personas que comentan mis artículos; recibo comentarios de profesionales que me proponen trabajar en equipo. Un nuevo género de relaciones públicas, sociales y laborales aupado por la pandemia, sin lo cual no se entendería el Siglo XXI.
“Lo que necesita este país es mano dura”, se oye en las tertulias caseras de las clases medias colombianas, al ver cómo los protestantes incendian buses, rompen vitrinas y pintoretean fachadas del pequeño comercio. Una pequeña muestra de una cultura de destrucción indiscriminada que permea las sociedades modernas y en torno a la cual algunos avivatos han venido construyendo modelos de negocio, con cargo a las vapuleadas arcas públicas.
La anécdota se la escuché, hace unos años, a una tía indignada con la respuesta que un trotamundos holandés le dio a una amiga suya del Líbano (Tolima), cuando su hija lo presentó en la familia y la madre lo indagó sobre las verdaderas intenciones que tenía con la chica:
-- Pasarla bueno, mi señora.
Hay que apartar de la política a los sectarios. El Estado existe para propiciar el bienestar general y proteger a los más vulnerables, pues no solo vivimos en una sociedad heterogénea en la que conviven culturas, tradiciones y minorías diversas, sino que padecemos de enormes desigualdades que son las que justifican la existencia de una Constitución y unas instituciones; de un pacto social que haga efectivo el propósito de ofrecer similares oportunidades en materia de educación, salud, seguridad y trabajo digno.
Recuerdo la fábula del rey que en la trastienda del palacio le gritaba a una caverna para solazarse en el eco de su voz. Una leyenda que plasma la vieja maña de los poderosos de usar los recursos públicos para, desde encumbrados atriles, exigirles a los medios de comunicación que repliquen sus mensajes, invectivas y caprichos.
El candidato populista Rodolfo Hernández, segundo en intención de votos a la presidencia le dijo a El Tiempo el domingo pasado: “Hay que poner a trabajar la gente que no trabaja y poner a funcionar la justicia que es una risa, porque de 100 demandas penales solo prosperan 3 y 97 se quedan impunes”.