Primer año de Santos

Los balances del primer año del gobierno de Juan Manuel Santos se vienen haciendo por lo menos con tres miradas:

comparando con la administración Uribe, pensando en la trayectoria y su futuro o preguntando por los indicadores de buen o mal Gobierno durante los 12 meses transcurridos.

 

Quienes comparan han comenzado por destacar el ambiente distensionado del Gobierno de Unidad Nacional que ha colocado como prioridad a las locomotoras de la llamada prosperidad y no el cotidiano llamado a la guerra antiterrorista como eje ordenador de todo movimiento del Estado, en todos los discursos y hasta en las relaciones con los vecinos.

 

Santos le ha repetido muchas veces al expresidente Uribe que no olvida el huevito de la seguridad democrática, pero que en la nueva situación, bien diferente a la del 2000 en materia de lucha contra la guerrilla, la prioridad está en los negocios y no en hacer una guerra que considera casi ganada.

 

Para esa guerra y como resultado de las alianzas forjadas en el quinquenio anterior, se formó una coalición de Gobierno dominada por la parapolítica y rodeada por narcopoderes, mafias y otros paras que entre 1995 y 2004 se propusieron controlar instituciones a todos los niveles y “refundar la patria”.

 

Los caricaturistas han resumido el cambio diciendo que en la década pasada gobernaron los mayordomos y sus guardaespaldas y que ahora llegaron los patronos; pero los académicos que se ocupan del tema dicen que con Uribe llegaron al centro del poder los políticos más cercanos a terratenientes y empresarios rurales emergentes, que se encargaron de poner la casa en orden y, sobre todo, sus negocios basados en el control del territorio.

 

En ese discurso, con Santos y su Unidad Nacional la conducción del Gobierno y del Estado habría vuelto a los cacaos del sector financiero, industrial y agroindustrial, representados por los líderes políticos de las élites urbanas de mayor trayectoria.

 

El cambio de estilo y de protocolo se explica por la distancia entre la cortesía urbana en su versión sofisticada y la rudeza del tropel y de finqueros contagiados del lenguaje mafioso. Pero más importante es la pregunta sobre la trayectoria futura de la administración Santos que, si bien se basa en los resultados de la seguridad democrática, tiene sus ajustes y apuestas propias. Los grandes negocios, los macroproyectos y la alianza con las multinacionales parecen ser las preocupaciones centrales del Gobierno de las locomotoras y la prioridad es clara: minería, petróleo, agrocombustibles, infraestructura y seguridad para la locomotora minero energética.

 

Después viene lo demás que incluye reparar y mitigar daños de la guerra, ordenar los territorios consolidados o en transición para que se normalicen los mercados, incluido el de la tierra, y ofrecer alguna respuesta a la inseguridad citadina y a la inequidad social que amenaza con hacer invivibles muchos centros urbanos y los territorios conquistados. Marginalizar la guerra al Sur y a la selva, con la ayuda de Estados Unidos, es el resto del esquema que incluye hablar de paz “en su momento” y como parte del fin del fin en los escenarios militares.

 

Llegar al mes 12 con 76 por ciento de favorabilidad es el balance político del nuevo estilo de Gobierno, que se ha corrido de la derecha al centro derecha, de la ideología ultraneoconservadora a los discursos liberales y del objetivo de imponer el Estado Comunitario a la reingeniería desde adentro del Estado modelo 1991, con más presidencialismo, menos independencia de la justicia o juicios a parapolíticos y con más medidas que le den garantías a los macronegocios.

 

Santos parece enrutarse a la tercera vía a la colombiana que no es entre Obama y Santos, sino por la mitad entre el uribismo y el samperismo, en es una especie de vargaspardismogavirismo. Ah, con un retoque verde guayaba y un toque de azul de metileno.

Credito
CAMILO GONZÁLEZ POSSO

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