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Si me atreviese con una estimación, bien calculo que lo podríamos venir experimentando hace más o menos un año, o quizás dos, aunque por sus singularidades propias no descarto que se estuviera manifestando desde mucho antes sin que nos hubiésemos percatado del mismo. La diferencia ahora es que la frecuencia de su ocurrencia ha aumentado al punto de que hasta los más distraídos tendrían ya suficiente evidencia empírica para llegar a la conclusión de que algo raro está aconteciendo: No albergamos ningún recuerdo de lo que nos sentamos a ver en televisión.
Como ya es bastante común hoy en día, somos usuarios de varias plataformas de streaming. A las clásicas, Netflix y PrimeVideo, las acompañamos con la americana Hulu en la base, sin desaprovechar por supuesto alguna promoción puntual aquí y allá que haga de AppleTV, Disney+ o HBO Max alternativas temporalmente interesantes. Y si nos apetece una película algo más indie, no hay problema, pues siempre tenemos a mano las opciones gratuitas de nuestras bibliotecas públicas de confianza, como CineMadrid, CaixaForum+ o Projectr. La cosa no va de escasez de material y tal vez eso sea justamente el componente esencial del problema, ya que simplemente hay demasiado contenido para ver.
El verdadero toque de atención lo vivimos con la segunda temporada de “El Agente Nocturno”, para la cual tuvimos que buscar un resumen en internet que nos refrescara la primera, la misma a la que hace algo más de dos años le dedicamos diez horas de nuestra vida y que ahora éramos incapaces de recapitular. Sólo conservábamos la idea de que “se trataba de un chico que tenían en un zulo contestando el teléfono”, como atinadamente lo resumiría mi novia. ¿Cómo podemos estar conectados tanto tiempo a una serie, comentarla, debatirla y hasta emitir sentencia tras su desenlace sobre si nos gustó o no, pero luego almacenar tan pocos datos (o prácticamente ninguno) sobre lo que acabamos de presenciar?
Por suerte no sólo nos pasa a nosotros, sino que cada vez es más es claro que el actual estado de embriaguez de las plataformas de streaming está haciendo mella en los mecanismos de memoria de los televidentes. El volumen de los catálogos, algunos de los cuales rozan los treinta mil títulos, sumado al frenético calendario de lanzamientos ya no sólo hacen que decantarse por algo sea una tarea abrumadora, sino que dificulta la retención de lo visto. Una bacanal de producciones que lleva al consumidor a un estado de levedad audiovisual donde se ve, pero no se mira; donde se consume el material por los ojos, se disfruta en el momento y con la misma velocidad se arroja al olvido.
De momento, sólo nos queda encontrar un buen resumen de la primera temporada de “El Novato” (la serie que veremos tras “El Agente Nocturno”) que nos ayude a llenar las escenas perdidas para siempre en el pozo de nuestra recientemente adquirida amnesia televisiva.
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