En 1943 Darío Echandía Olaya, en calidad de designado, tomó posesión de la presidencia de la república como reemplazo temporal de Alfonso López Pumarejo, quien viajó a Estados Unidos para atender la enfermedad de su esposa María Michelsen.
De tiempo atrás asistimos en el Tolima a un triste espectáculo que los tolimenses no nos merecemos, no solo por amor propio sino por el daño que causa a la legitimidad de las instituciones y a la cohesión social. Me refiero a las gravísimas acusaciones que se han venido haciendo contra el alcalde de Ibagué, Andrés Hurtado, el gobernador del Tolima, Ricardo Orozco, y el senador Óscar Barreto, principal responsable de la elección de uno y otro.
Regenerar la política es una prioridad nacional, pocas cosas son más importantes. En su degradación están las raíces de la mayoría de los males de Colombia, aunque la gente no lo vea así. La politiquería les quita el pan de la boca a los más desvalidos, les niega posibilidades de superación, los condena a ser pordioseros; se roba el dinero de la alimentación escolar; destruye conciencias, envanece y envilece; engorda los bolsillos de quienes parasitan en las arcas públicas; les resta posibilidades de progreso a municipios y departamentos. El presidente Petro ha debido comenzar por ahí, por promover una reforma política y electoral.
Como algunas personas recordarán, porque hay quienes sí tienen memoria, aunque la mayoría no, en abril de 2014 Andrés Fabián Hurtado, administrador del aeropuerto Perales de Ibagué, permitió el ingreso de 51 vehículos y 2 motocicletas para que hicieran “piques” en la pista.
Tenía dudas de comprar el libro de Laura Ardila, por temor a encontrarme solo con una denuncia sobre el entramado político-empresarial del clan Char en la costa Caribe, una relación de hechos ya más o menos sabida. Finalmente, lo hice, y debo decir que va más allá de mis expectativas. Es un documento fundamental para entender cómo funciona la política en Colombia, su grado de descomposición y cómo se articulan las élites regionales con las bogotanas.
El año pasado llegaron al Tolima US$238,43 millones por concepto de remesas de tolimenses radicados en el extranjero (Banco de la República). Los principales países de origen fueron Estados Unidos (US$160,24 millones) y España (US$24,44 millones). Esto es mucho más que las exportaciones de café, hasta hace poco nuestro principal producto de exportación, tanto de Colombia como del Tolima.
Los únicos sueños que merecen realizarse son los que uno tiene despierto. Esta semana tuve una grata conversación con William Ospina, y pude conocer algunas de sus propuestas como candidato a la gobernación del Tolima. Una de ellas, recuperar el río Magdalena. Me fui directo a mi biblioteca, a releer el libro que Wade Davis escribiera sobre nuestro gran río. En particular, el capítulo relacionado con Honda y Girardot. Todo colombiano debería leerlo, y ser una lectura obligatoria en los colegios de bachillerato y universidades.
Si se pudiera hablar del “sueño colombiano”, uno de sus componentes sería cursar una carrera universitaria y ser “doctor”. Así fue hasta hace unos pocos años. Obtener un título profesional era comprar un pasaporte para el mundo laboral y asegurarse ascenso social. Los esfuerzos de miles de padres de familia se concentraron en darles educación superior a sus hijos.
Un simple repaso al estado de la seguridad en América Latina permite afirmar que el asunto va de mal en peor. Lo de México es dramático. En los últimos veinte años, la tasa de homicidios no ha hecho más que aumentar. En el 2000 era de 8.1 por cada 100.000 habitantes. Hoy es de 29. La de Colombia es del 12.3, y comenzando siglo de ¡¡67.68!! Ocho veces más que México, para esa misma fecha-
El 7 de octubre de 1571 en el golfo de Patras, cerca de la localidad de Lepanto en la Grecia actual, tuvo lugar la batalla naval más importante de la historia moderna, la cual pasó a la posteridad porque selló la victoria cristiana sobre el Imperio Otomano, y porque en ella supuestamente perdió el brazo izquierdo Miguel de Cervantes Saavedra. Con el correr del tiempo, sin embargo, se vino a saber que eso del ‘Manco de Lepanto’ fue más apodo que realidad, pues si bien la mano le quedó inutilizada a raíz de un disparo de arcabuz, el brazo jamás le fue amputado.