Escuchemos a Robledo

Guillermo Pérez Flórez

El debate sobre el escándalo Odebrecht, adelantado por el senador Jorge E. Robledo, tiene ángulos y efectos muy positivos que bien valen la pena comentar: uno es la reivindicación del Congreso como órgano de control político, su principal razón de ser. El debate devuelve importancia y legitimidad a la institución. En ese sentido, ganan el Congreso y la democracia. De las peores cosas que le pueden pasar a un país es tener un Congreso domesticado, amanuense del Ejecutivo. Lo otro más grave es tener congresistas dedicados a negocios privados.

Con el debate, Robledo revaloriza el senado y dignifica la política. Necesitamos políticos al servicio de los intereses públicos, con vocación. En el Congreso, lastimosamente, hay déficits de robledos, y superávit de ‘ñoños’. Esa es la dolorosa realidad.

Otro aspecto relevante es que el debate pone en evidencia algunas falencias institucionales. A la Fiscalía General, como parte de la rama Judicial, se le debe preservar su independencia, para que investigue y persiga el delito, sin embargo, tratándose de un poder tan descomunal como éste no puede estar exento de control de la máxima instancia representativa de la soberanía. Y no me refiero al contenido de sus providencias, sino al abuso o mal uso del poder. El pretexto de Martínez de no asistir para no “violar la reserva del sumario” es falaz. No se pretendía eso, solo debatir sobre si estaba o no impedido éticamente para investigar el mayor escándalo de corrupción público/privado de la historia de Colombia, sin embargo nada lo obliga a dar explicaciones en el senado. La autoridad moral del fiscal Martínez, en este caso, ha quedado lesionada. Consecuencia en parte, de alternar los negocios y la política. Martínez ha entrado y salido del Gobierno y del poder judicial en simultaneidad con su actividad profesional y empresarial, sin solución de continuidad. Y eso no está bien.

Ningún funcionario, ninguna entidad privada que ejerza funciones públicas, y ninguna persona natural o jurídica que contrate con el Estado puede eludir una citación senatorial. La democracia participativa, tan de moda como está, no está exenta de riesgos y desviaciones, y puede precipitar a los pueblos en el abismo insondable del populismo. Máxime en esta época de híper conectividad, en la que es fácil sembrar confusión y caos, con desinformación y manipulación. Las sociedades, como las personas, pueden enloquecer. Alguien debe conservar la cordura. De allí la importancia de tener instituciones representativas sólidas. La democracia participativa y la representativa son dos caras de una misma moneda. Se complementan entre sí para profundizar y hacer más autocontrolado el sistema democrático. Un Congreso sin dientes (pero sí con uñas) no nos sirve de mucho. Sobre todo ahora, que los grupos económicos se han apoderado de los medios de comunicación.

Volviendo a Robledo, digo que es un excelente senador y que ha ganado el derecho a que el país lo escuche con atención.

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