¿En beneficio de quién pensamos el desarrollo, de transnacionales y plutócratas o del ibaguereño? Si los primeros, albricias, lo logramos, si el ibaguereño, ojo, fracasamos. Por creer ciegamente que la construcción económica origina progreso social muchos desconocen que la cuestión es al revés, las construcciones sociales originan desarrollo económico justo. Doy ejemplos: el espíritu emprendedor, característico de municipios y regiones pujantes, es una construcción social que genera progreso económico y ocupación para sus propios habitantes, mientras que la mera tesis de “empleo” es falacia que disimula la explotación del hombre y del recurso natural, el daño ambiental y las cuantiosas remesas (nuestro ahorro) al exterior.
El desarrollo, para que sea incluyente, requiere de identidad y sentido de pertenencia; cultura histórica, sociológica y política; sabernos miembros de la misma sociedad sin importar dónde estemos; ahorro, capital propio y democracia económica; experiencia y saber; recursos naturales explotables sin daño al hábitat; voluntad asociativa y solidaria; espíritu industrioso. La doctrina desarrollista repele o niega estas y más premisas cardinales del desarrollo social y, entonces, es al ibaguereño a quien compete entenderlas y asumirlas como guías de acción.
Por décadas en Ibagué prometen desarrollo mientras la realidad anda como cangrejo y (raro) en un medio que debería tener avidez de cambio dada su alicaída suerte, es irónico no saber que nada cambiará mientras perviva un alma de pequeñez, se juzgue de gestión eximia el paliativo social o la pequeña obra de infraestructura, se ignore que el pluralismo ideológico es base del acuerdo y se toleren oportunismos y demagogias. Es menester saber que quienes “aceptamos más de lo mismo” cohonestamos la mediocridad y atizamos la decadencia.
Por ser algo canibalescos y poco dialogantes, muchos paisanos dirigentes no creen que la construcción social aporte esas cargas de afecto, empoderamiento y visión que hacen viable el progreso económico justo y, por ello, desdeñan el sentido de tareas urgentes, como: educar sobre territorio, historia y juridicidad municipalista, promover la asociatividad, crear colonias municipales, proteger el agua, crear turismo interno, reinventar el Festival Folclórico y la Feria Agropecuaria, instituir las “olimpiadas” regionales y algo que hoy importa un bledo: saber de los emigrantes que acá se les negaron oportunidades y respeto. Algo diré en próximo artículo.
Ilógico no es admitir que a Ibagué debemos rehacerlo moralmente, con nuevo espíritu, con imaginarios de prosperidad colectiva inéditos y posibles, con ideas de futuro incluyentes y de largo plazo y con ideas motoras y acciones estratégicas que detonen el autentico desarrollo socio-económico. Rehacer moralmente a Ibagué es esencial para rehacerlo físicamente y ello lo logramos con diálogo continuo e informado, visión compartida, respeto al pluralismo y la diversidad y cohesión social. Sin duda estaremos de acuerdo en que debemos intentarlo.
Quien acepta que Ibagué necesita nuevo espíritu, aceptará que tal espíritu no llega por osmosis, milagro o dádiva, sino como efectos concurrentes forjados desde cada unidad del orden social (privada o pública). Amigo ibaguereño, permítame invitarlo con respeto pensar la tesis de la construcción social como cimiento para construir una economía para los propios y no para terceros e invitarlo (en época electoral) a inaugurar una nueva cultura política que enaltezca y califique el debate político y permita la elección correcta de gestores públicos. Con tesis nuevas y cultura política rejuvenecida, la prosperidad económica real y la calidad de vida de nuestros conciudadanos serán objetivos alcanzables, dignificantes y cohesionadores.
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