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Luego del sinsabor que también a él debió dejarle el Consejo de Ministros del pasado 4 de febrero, le dio la cara al país para defender el haberlo realizado con transmisión televisiva en directo. Según dijo, estaba garantizándole al pueblo el derecho “a saber qué hace su gobierno” y a saberlo “directamente y sin intermediarios desinformadores”, lo cual, escribió, “permite que el pueblo no sea indiferente a la política y que se la apropie y decida transformarla conscientemente”.
Esta defensa evidenció el sentido democrático que ha procurado inyectarle a su gobierno. Por eso la aplaudimos, como también aplaudimos su anuncio de que los futuros consejos gozarán de igual difusión.
No han faltado quienes cuestionen que este tipo de eventos se transmitan al país en directo. Señalan en ello presuntas violaciones normativas e, incluso, riesgos en no sé qué aspectos, que demandan no sé qué precauciones, sigilos o reservas. No tienen razón. Si el gobierno es democrático, en sus consejos ministeriales debe estar representada el alma nacional, sin que los temas que se traten en ellos deban vedarse al conocimiento público. Otra cosa es que haya aspectos que demanden reserva, como los relacionados con la seguridad nacional, por ejemplo, que requieren escenarios de discusión más íntimos.
Reivindicamos, pues, como un derecho ciudadano, el conocer lo que pase en instancias como estas, así tengamos que pasar tragos amargos como el de este Consejo, en el cual vimos al desnudo algunos aspectos del gobierno que ya venían ofreciendo cierto grado de preocupación, como el del bajo cumplimiento de los compromisos con las comunidades y el relacionado, sí señores, con el injustificable empecinamiento de Petro en la defensa a Laura Saravia y Armando Benedetti, sin que se sepa por qué los defiende, por qué contra el querer de buena parte de su gabinete y por qué arriesgando que este se le resquebraje, como ya ha venido evidenciándose a través de algunas renuncias. Ojalá que ahora que la Corte Suprema vinculó a Benedetti a un proceso penal, esta defensa termine, y con ella el argumento de las “segundas oportunidades”, no sea que de él busquen pegarse también otros personajes, como el expresidente Álvaro Uribe.
Y mientras tanto… ¿no vendría bien comenzar a pensar en una reingeniería total a este proceso? Las organizaciones que lo impulsan debieran aprovechar la ocasión para valorar objetivamente sus logros y frustraciones y tomar las medidas que garanticen la continuidad y profundización de las transformaciones sociales de avanzada a que está orientado. De una reingeniería así podría depender el que no tengamos que volver a sufrir nuevamente parecidas preocupaciones.
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