En el gran teatro del absurdo que es la política internacional, nuestro querido presidente ha decidido tocar la campana más desafinada del repertorio, comparando Gaza con Auschwitz.
En este año del Señor de 2024, cuando celebramos el centenario de "La vorágine", esa joya literaria que José Eustasio Rivera nos legó, no puedo evitar pensar que Colombia sigue siendo la misma vorágine que se tragó a Arturo Cova y Alicia en las profundidades de la selva amazónica.
En una era donde la tecnología permea cada aspecto de nuestras vidas, la digitalización de los procesos democráticos parece ser el siguiente paso lógico. Sin embargo, la implementación del voto electrónico y la digitalización de la función pública plantean interrogantes profundos sobre la integridad de nuestros sistemas democráticos.
La reciente crisis de combustible que ha sacudido los aeropuertos colombianos no es solo un bache logístico; es un síntoma de un mal más profundo que aqueja a nuestra política nacional. Con 106 vuelos cancelados y miles de pasajeros varados (Portafolio, 2024), la pregunta no es quién tiene la culpa, sino por qué seguimos ordeñando la misma vaca flaca de siempre.
El exterminio que ocurre en los pueblos originarios es una realidad profunda. Los altos índices de violencia, despojo y asesinato sistemático contra los lideres indígenas en Colombia, es una problemática que no se puede ocultar con los dedos. Que se puede esperar si pareciera que, a nuestros gobiernos, no les interesa apostar por la pervivencia de la cultura y el cuidado de los legados milenarios producto de la sabiduría de nuestras comunidades en los territorios ancestrales.
Las diversas manifestaciones en las últimas semanas en el mundo, nos muestran que las sociedades se debaten entre el encierro por la vida o el intento de ser libres en medio de la cuarentena.