Graduado en filología e idiomas de la Universidad Libre, especialista del Instituto Caro y Cuervo, magíster en lingüística aplicada de la Universidad Distrital, asistente de Español en Manchester (Inglaterra), pensionado de la Universidad del Tolima y residente por más de cuarenta y tres años en la ciudad de Ibagué.
Dos libros me conmovieron por su carga humana y por el drama que contienen. En ambos casos se trata de la muerte de un hijo, muertes que suceden en Estados Unidos, de padres colombianos, y en los dos, también, la alta calidad narrativa con que son desarrollados.
Senos que flotan en paisajes imposibles, aves sumergidas en escenarios prehistóricos, cuerpos que contrastan su desnudez con el infinito y amplios espacios de colores nítidos surcados por lampos de luz crean en quien los mire la idea de un universo onírico y surreal, atrayente en todo sentido.
La casa donde viviera Jorge Isaacs (Jorge Ricardo Isaacs Ferrer, 1837-1895) en Ibagué, por la ruta que bordea el Cañón del Combeima hacia Villarrestrepo, propiedad entonces de Juan de Dios Restrepo (1825-1894), más conocido como Emiro Kastos, su seudónimo literario, está en ruinas.
Ya decía yo que ser de provincia en Colombia es casi una desgracia frente al centralismo asfixiante con que se manejan nuestros destinos culturales y las miradas oblicuas con que se miran nuestras producciones artísticas.
Con la publicación del libro “Raíces” su autor Pastor Polanía ha demostrado que la persistencia conlleva logros bien importantes, sobre todo cuando el ambiente pareciera no ser el más propicio para ejercer el noble trabajo de la palabra.
Ya en el siglo XIX el notable escritor estadounidense Washington Irving (1783-1859) se acercó al concepto de la ordinariez en las expresiones del vulgo frente a los productos culturales.
En abril de 2008, dos años antes de su fallecimiento, nuestro siempre recordado amigo Alberto Duque López (1943-2010) publicó su novela “Ni siquiera la lluvia”, sentido homenaje a quien fuera uno de sus ídolos más queridos, no sólo como escritor sino también como ser humano: Ernest Hemingway.
Cuando retumba el estallido no puede reprimirse el miedo. Eso lo saben los terroristas. El jueves esperábamos con Niney la hora del concierto. Tomábamos agua aromática con frutas en Color Café, al lado del Teatro Tolima. De pronto todo cambió. Por la calle subió el rumor de la hecatombe, en segundos los ojos buscaron el humo y la llamarada, cada quién imaginó el desastre a su manera.